LA CLAVE
Instituciones estresadas
España lleva diez años tensando el prestigio de sus instituciones
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Albert Sáez
Los ingenieros acostumbran a comprobar la resistencia de los materiales antes de utilizarlos. Para ello los someten a pruebas de estrés. Seguro que recuerdan la imagen de un puente cargado de camiones de gran tonelaje antes de permitir la circulación de vehículos. La política no es tan previsora. España lleva una década estresando su sistema institucional. La progresiva desaparición o deterioro de los protagonistas de la transición del 78 ha tensado las costuras de su arquitectura, basada en los consensos implícitos antes que en las palabras explícitas que en muchas ocasiones recogían desconfianzas seculares. Muchas instituciones han sufrido el desgaste en estos años de falta de consenso: el Tribunal Constitucional quedó tocado por la famosa sentencia del Estatut conseguida de manera torticera por un PP malherido tras el 11-M; el Congreso quedó cuestionado y a los pies del populismo con la reforma constitucional exprés para salvar al euro; el Banco de España malvivió con la caída de Bankia; la Corona pasó un bache con el caso Noos; el Parlament de Catalunya se dejó el 50% de su capital político con las votaciones del 6 y 7 de septiembre del 2017; el Tribunal Supremo sufrió el doble envite de la frustrada elección de Marchena con el portavoz del PP anunciando que controlaría el juicio a los dirigentes catalanes "desde atrás" y del quietismo de Rajoy que dejó el tema del referéndum solo en manos de la justicia. Y ahora, la Abogacía del Estado, expuesta al fuego cruzado de quienes convierten la política en pura testosterona.
Y con todo ese ruido el primer gobierno de coalición empieza a andar. Con algunos diarios repletos de metáforas de los años 30 del siglo pasado y con una España cada vez más invertebrada debido a la plutocracia de Madrid, su prioridad debería ser la recuperación del prestigio de las instituciones, paso anterior a cualquier reforma constitucional. No le será fácil, pero la única posibilidad de lograrlo es desoyendo el ruido para centrarse en las palabras de los que quieren hablar, no solo vociferar.
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