Glotonería digital

Felices series y prósperos excesos nuevos

Consumimos información constantemente, a demanda, sin que nadie nos obligue a ello; es exigente y agotador

Ilustración de María Titos

Ilustración de María Titos / periodico

Liliana Arroyo

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No sé si veis las series a velocidad normal o sois también de la tribu que las mira a 2x. Confieso que me cuesta engancharme y pocas veces me cogen ganas de un atracón de capítulos, por eso sigo las recomendaciones de los que sí tenéis buen olfato seriéfilo. Hace unos días, en el metro no pude evitar escuchar la conversación de un grupo de chicos que viajaban a mi lado. Hablaban de series y estaban haciendo su ránking. Pero nada que ver con guiones increíbles o personajes insólitos, sino con la posibilidad de verlas a velocidad doble. Digamos que su objetivo era ver dos series en el tiempo de una. Al llegar a casa lo intenté sin ningún éxito.

Pensé que si yo fuera la directora de la serie, guionista o cámara, me sabría mal que me engulleran. Me daría pena por el cuidado de los ritmos, de los encuadres, por el trabajo de los personajes, por las sutilezas y porque al final, esa pieza está concebida con esa duración por algún motivo y con una intención. No se me ocurriría por ejemplo pasar una canción a doble tempo o ver un cuadro a media luz. Días más tarde, estaba escuchando un 'podcast' y uno de los participantes también comentó sin tapujos que él veía así las series y las películas. Asumí entonces que esto de las series 2x está relativamente extendido. Claro, pensé, es la consecuencia de la impaciencia y los contenidos a demanda. Igual que con el CD vimos la posibilidad de saltarnos aquellas canciones que no nos apetecían, ponerlas en bucle o con reproducción salteada.

Quizá después del Diógenes digital (de descargarlo todo, tomar mil fotos y dejarlas ahí, sin borrar nunca nada), tampoco es de extrañar la gula digital. Me puse a pensar qué otros síntomas de tragonería había visto o practicado yo misma. Y me empezaron a venir muchos, demasiados. Por ejemplo tener más de 20 pestañas abiertas en el navegador, listas de canciones con más horas de música de las que nos imaginamos que podemos vivir, decenas de artículos que explican los cinco trucos fundamentales para producir más, listas eternas de tareas pendientes… Y por si acaso nos sobra un rato, un montón de lugares por visitar, platos por comer y locuras por hacer que sacamos del postureo de otros. Acumulamos anhelos con la ilusión de realizarlos algún día, pero con la certeza absoluta de que nos enamoran hoy para caer mañana en el olvido del historial.

Siendo Navidad una época de excesos por definición, me parecía oportuno poner a prueba esta idea de la glotonería digital. También porque cada vez encuentro más gente que tiene los sentidos saturados de imágenes, de historias y notificaciones. Estamos consumiendo información constantemente, a demanda, sin que nadie nos obligue a ello. Seguramente, si alguien nos obligara a tragarnos tanta información lo viviríamos como una explotación. Es lo que Byung-Chul Han explicaba en 'La sociedad del cansancio' (Herder). Se trata al final de una “violencia neuronal”, está en nuestra cabeza y no es un agente externo que nos obligue a ello, así que no se nos activa la respuesta inmunológica. Pero este exceso de positivismo, de acumulación, de acción, es exigente y es agotador. Y lo peor es que nos empachamos sin darnos cuenta.

La economía de la atención es una especie de casino que nos rodea de estímulos

Ya lo hemos explicado otras veces y lo describe maravillosamente Marta Peirano en su último libro 'El enemigo conoce el sistema' (Penguin Random House): la economía de la atención es una especie de casino que nos envuelve de estímulos. En el libro reúne datos sobre la dificultad de prestar atención más de ocho segundos o la paciencia para esperar que cargue una web. Si en tres segundos no está lista, nos vamos. Por eso las 'stories' que tanto triunfan en Instagram son cortas y efímeras. Aun así, muchos adolescentes ni siquiera se paran a mirarlas, las consumen también en versión rápida, que quiere decir que ven los primeros segundos y pasan a la siguiente, la siguiente, la siguiente y así hasta que no queda ninguna por ver.

Creo que en mi lista de propósitos de año nuevo voy a poner más atención a estas pequeñas rutinas que empachan sin saciar, porque en lugar de llenar un vacío nos lo hacen más grande. Jamás saborearemos suficiente lo logrado si en la lista de pendientes siempre hay muchas más - o supuestamente mejores - que lo alcanzado. No quiero un 2020 impaciente e insatisfecho. Y por supuesto habrá carta a los Reyes, porque esto no va solo de autodisciplina, va también de regulación. Queremos legislaciones para evitar que nuestros móviles sean Las Vegas edición bolsillo.