El estreno de 'Mujercitas'

Mujeres de ficción

Jo March sigue viva porque es auténtica. Y diría que su fuerza va más allá de las lecturas de género que ahora tanto preocupan

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Care Santos

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Hace pocos días quedó clara en las páginas de este periódico la influencia que el personaje de Jo March, la hermana escritora de 'Mujercitas', había ejercido sobre un buen puñado de autoras actuales. Algunas aprendieron de Jo lo muy sacrificado que resulta escribir. Otras admiraron su rebeldía, su bondad o su tesón. También su pelo corto, en aquella escena en que el personaje vende su larga melena para ayudar económicamente a su familia. Todas quisimos ser ella desde el primer instante en que la vimos.

Yo dije haber recibido de Jo March uno de los primeros consejos de mi vida como novelista: escribe solo aquello que conozcas bien. Me identifiqué con sus gustos a contracorriente, con su pasión por los libros, el teatro, la lectura, por su necesidad de contar la vida, y hasta con sus dedos manchados de tinta. La cito a menudo, cuando alguien se fija en el manchurrón que suelo exhibir en el dedo corazón de la mano derecha. Todo eso ocurrió gracias a la versión cinematográfica de 1949, la que dirigió Mervyn LeRoy. Para mí Jo March tendrá siempre las facciones y los gestos de June Allyson. Los siguió teniendo cuando leí el libro, un poco más tarde. Y los tiene hoy a pesar de las otras magníficas actrices que se han metido en la piel del personaje, de Katherine Hepburn (en la versión de Cukor de 1933) a Winona Ryder (1994) o la última y convincente Saoirse Ronan (2019).

La nueva versión de 'Mujercitas', recién estrenada, llega en un momento muy oportuno. Ahora se llevan las mujeres empoderadas y los sesgos feministas. De ambas cosas presume la publicidad que acompaña el filme, y con ello lo devuelve a sus orígenes. Ya en el momento de su publicación la novela fue un buen revés para los valores victorianos, ya que sin dejar de ensalzar las virtudes de cierta feminidad tradicional —la mujer como ángel del hogar— también las dinamitaba desde los cimientos presentando chicas que no estaban dispuestas a acatar las normas. Como la propia Louisa May Alcott, su autora, por cierto, a quien de mayor admiré por su vida además de por su obra. Admiré su soltería vitalicia, su compromiso en causas como el voto femenino o la abolición de la esclavitud, su curiosidad viajera y hasta su sentido práctico —el dinero que ganó con 'Mujercitas' le permitió escribir obras mucho menos complacientes-. Al fin y al cabo, nuestra vida es tal vez nuestra mejor obra.

El espíritu combativo del personaje

Confío en que la Jo March de Ronan inspirará también a futuras generaciones de escritoras. No solo por su feminismo, sino también por el espíritu combativo del personaje. No importa que hoy abunden las superheroínas o se lleven las guerreras madres de dragones. Jo March sigue viva porque es auténtica. Y diría que su fuerza va más allá de las lecturas de género que ahora tanto preocupan.

Escribió Montserrat Roig que la mitad de lo que había aprendido en la vida provenía de la ficción

Las de mi generación crecimos ajenas a esas cuestiones y, a pesar de todo, felices. A veces, despistadas. De niña una de mis series favoritas era 'Vickie el vikingo'. Para quienes no la recuerden: fue una producción germano-japonesa que en España empezó a emitirse en 1975. Me gustaba que Vickie, su protagonista, cuyo padre era Halvar, el jefe del clan, tuviera siempre ingeniosas ideas para resolver todo tipo de situaciones. No utilizaba la fuerza bruta sino el ingenio, y sus ocurrencias llegaban en forma de estrellas de colores cuando se frotaba la nariz. No me pregunten por qué, pero me pasé toda la infancia pensando que Vickie era una chica. Llevaba el pelo largo, tenía una amiga muy amiga, resolvía las cosas sin pelear, llevaba falda, era menuda y se llamaba Vickie. Estaba clarísimo. Un buen disgusto me llevé cuando supe que era varón, y no juraría que no se lo discutí acaloradamente a algún amigo con los argumentos que acabo de dar. El caso es que no reparé ni por un instante en el masculino del adjetivo que le acompañaba ni en todo lo demás. Para mí, siempre fue una niña. No sé si eso marcó de alguna manera mi personalidad o me condicionó de algún modo. Solo sé que luego llegó Pippi Langstrump y me encandiló. Era tan fuerte que podía levantar a su caballo con una sola mano. Era independiente y autosuficiente. Era lo que no podíamos ser. Aún.

Un gran personaje de Dickens

Luego irrumpieron las damas tortuosas de mi adolescencia: Miss Havisham, la mujer abandonada ante el altar que decide vestir de novia el resto de su vida, uno de los mejores personajes de Dickens. La trágica e insufrible Scarlett O’Hara de 'Lo que el viento se llevó'; la doña Elvira de Espronceda en 'El estudiante de Salamanca'; Laura Hartright, la desfortunada aparición fantasmal de 'La dama de blanco', de Wilkie Collins. O, mucho más tarde, Julie de Vandenesse, 'La Mujer de treinta años' de Balzac, con sus querencias sexuales tan escandalosas para su época.

Escribió Montserrat Roig que la mitad de lo que había aprendido en la vida provenía de la ficción. Del mismo modo, cada cual tiene su lista de seres imaginarios que forman parte de su parentesco. Esta es la mía. Les animo a confeccionar la suya.