La clave

Una trinchera para la tercera edad

Deberíamos pensar en nuevas formas de protección integral de nuestros mayores, más allá de guardarles cuatro asientos en el metro y darles cursos de seguridad personal

Dos mujeres mayores pasean por la calle.

Dos mujeres mayores pasean por la calle.

Carol Álvarez

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La última modalidad de estafa de los ciberdelincuentes usa un sms como anzuelo, y el mensaje que falsamente anuncia que te girará una doble factura de Endesa lleva a una página web donde puede robarte los datos personales y acceder a tu cuenta bancaria. Que sea un SMS el reclamo no es gratuito: quien más recurre a ese sistema de mensajería instantánea es la gente con más edad, y las sorpresas desagradables con las suministradoras de energía están bien presentes en su día a día.

Puestos a sumar inquietudes, no es la crisis climática o  la inestabilidad política lo que más preocupa a nuestros mayores: corre entre ellos un fantasma, el del miedo al engaño, el de la desconfianza. La sociedad cada vez está más informatizada, y son los ancianos el último reducto del dinero en metálico, en cajas fuertes y en casa, ante la creciente complejidad para gestionar cualquier cosa en la oficina bancaria del barrio. Los más aventurados además tienen internet en el móvil, toquetean el whatsApp y se reenvían GIF y fotos familiares, a la vez que se exponen como pocos a los engaños del phishing.

Solo en 2018 los Mossos registraron 6.758 delitos de estafa de distinto tipo con víctimas mayores de 65 años, un 40% más que el 2017. Y eso en los casos que denuncian: las encuestas de victimización arrojan preocupantes datos sobre la percepción de inutilidad de las denuncias. Bandas organizadas esperan su día grande, el de cobro de pensiones, para birlar  al descuido o incluso con violencia la paga recién salida del banco. Pueden ser los mismos que viven del palo al turista, o los que buscan entre las aglomeraciones en actos multitudinarios, pero el daño es más grave, es moral. Hay una alarmante deshumanización en este tipo de conductas. De vez en cuando la policía desmantela un clan, resuelve casos, y devuelve algún bolso a una anciana que ha sufrido un tirón. La variedad de amenazas que acechan a nuestros pensionistas ha crecido simultáneamente a su condición de presa fácil y lucrativa, y al envejecimiento de la población.

En Barcelona, más de 90.000 personas de avanzada edad viven solas, el 76% de ellas son mujeres. Muchas callan sus vulnerabilidades, como si silenciándolas pudieran mantener a raya sus temores. Lo hablan con las amigas, con el vecino, y poco más. Que si les metieron mano al bolso en el autobús. O entraron en casa cuando sacaron al perro a dar una vuelta.Quitan hierro al asunto, entre la valentía impostada y la inconsciencia. Algunas dejan de llevar la cadena de oro al cuello por un tiempo. Otras no descuelgan el teléfono si no identifican quién llama, por si les engañan.

Más luz en las calles, mejor vigilancia policial en los días críticos en torno a los bancos son elementos básicos para esta nueva emergencia que afecta a una parte importante de nuestra sociedad. Pero deberíamos pensar en nuevas formas de protección integral de nuestros mayores, más allá de guardarles cuatro asientos en el metro y dar algunos cursos de seguridad personal. La concienciación de cada uno de nosotros, desde los políticos hasta los ciudadanos, es la trinchera que necesita una tercera edad cada vez más asediada.