Movilizaciones en el 2019

La polarización de las sociedades

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Sonia Andolz

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El año 2019 ha estado marcado indudablemente por las protestas y movilizaciones en algunos países del mundo. Hong Kong, Chile, Francia, Bolivia, Sudán o Líbano son solo algunos de los lugares donde las poblaciones han decidido, por motivos distintos, salir a la calle a protestar. Si bien las causas varían, ha habido quien se ha preguntado si existe un hilo conductor, un efecto dominó que pueda contagiar a las sociedades de distintos lugares del mundo.

No es fácil establecer ese hilo sin caer en el relativismo cultural/sociológico pero sí podemos ver algunas dinámicas que parecen ser transversales o compartidas: la crisis de la democracia liberal, el auge de las llamadas democracias iliberales o regímenes híbridos y la polarización de las sociedades en un mundo globalizado. 

Hace ya años que se habla de la crisis de la democracia liberal como modelo político. La creación de la ONU en 1945 trajo consigo de forma fáctica la directriz de adoptar ese modelo como el correcto. La guerra fría hace que en el bloque occidental la mayoría de países converjan hacia ello: celebración de elecciones libres (no necesariamente con sufragio universal), donde concurran más de un partido político y donde la ciudadanía tenga finalmente la soberanía dentro de un marco de derechos y libertades.

Con el fin de la guerra fría y la caída del bloque soviético, este modelo se extenderá a otras zonas de influencia, aunque no lo hará de forma equilibrada ni global. No fue hasta después de los atentados del 11-S que algunas de las mayores democracias occidentales intensificarán una espiral securitizadora donde se justificará la regresión de derechos en pro de una mayor seguridad compartida. Nada más lejos de la realidad. Justo esos países han liderado el retroceso en libertades y garantías, la creciente paranoia del miedo y la aceptación de conceder más potestad al Estado para decidir lo mejor para la mayoría, como si el Estado no lo gestionasen personas con intereses.

En ese retroceso de las democracias liberales se mezcla el auge de las llamadas democracias iliberales, eufemismo para referirse a regímenes no completamente democráticos donde el sistema mantiene las formas pero en realidad favorece el mantenimiento de las élites y el statu quo. Esos regímenes híbridos entre democracia y autoritarismo pasan a estar más aceptados tras el 11-S puesto que ya no hay una batalla entre el capitalismo y el comunismo. La batalla es entre países ricos y más ricos, sin importar el grado de democracia. Esa pugna y competición constantes entre estados es uno de los factores que hace que las poblaciones, con mayor acceso a la información que nunca, se polaricen. Y así hemos llegado a 2019, con poblaciones que apoyan sin fisuras a gobiernos populistas pro restricción de derechos –como los de Trump, Bolsonaro, Áñez o Lam–  y poblaciones que se han empoderado y exigen lo que el sistema les prometía sin resultados: democracias donde tener poder de decisión y donde el reparto de la riqueza –en una variedad de grados– sea una realidad.

Solo si estos movimientos se mantienen fuertes y consiguen mayores apoyos puede que lleven a un cambio en el sistema. Si no, habrán hecho pequeñas grietas aquí y allá pero el sistema es fuerte y se recuperará sin problemas.