ANÁLISIS

Trump y la 'Iliada'

Lo 'profundo', se dice, siempre votará (extrema) derecha y nacionalismo (extremo), el ombligo como única fuente de certezas en tiempos inciertos

donald trump

donald trump / periodico

JOAN CAÑETE BAYLE

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El aún nonato 2020 empezará de por sí con una buena noticia: será el último año del primer mandato de Donald Trump. Cierto, en noviembre puede ganar la reelección (lo del impeachment no tiene mucho futuro). Si en el 2016 el conventional wisdom decía que era imposible que Trump ganara, hoy dice que es muy probable que venza en noviembre. Tras unos cuantos batacazos (Trump, brexit, Bolsonaro...) el optimismo antropológico no se lleva: si algo puede ir mal, irá mal. A la merced de fake news, gurús electorales, algoritmos de Facebook, bots rusos y el miedo a los efectos de la globalización, el electorado «profundo»  (de la América profunda, del Reino Unido profundo, etcétera) se ha convertido en un ente la mar de previsible: siempre que se le dé la oportunidad votará (extrema) derecha y nacionalismo (extremo), el ombligo como única fuente de certezas en tiempos inciertos. Si hoy alguien expresa confianza en que Trump puede perder en noviembre y empezar a cerrar el ciclo que él abrió, la respuesta es siempre la misma: sí, pero la América profunda... En Europa, hemos pasado de ignorar lo que hay entre Nueva York y Los Ángeles a convertirnos en expertos.

Nada está aún escrito

Hoy, las cifras de Trump son malas o muy malas en aprobación de su gestión, dirección en la que va el país y entre quienes se muestran favorables o no a su figura. La media de sondeos le da perdedor en un cara a cara con Bernie Sanders, Joe Biden y Elizabeth Warren. Nada significativo indican las encuestas –ya perdió en el 2016 el mano a mano con Hillary Clinton en voto popular– excepto el hecho de que hasta noviembre hay partido. Nada está aún escrito, ni la victoria ni la derrota.

 El problema con Trump no son solo sus políticas, muchas de las cuales obedecen al espíritu de los tiempos. Es imposible valorar a ciencia cierta el daño que ha hecho en tres años, o el que puede hacer en otros cinco. El problema es que su figura legitima y premia la zafiedad, la obscena mezcla de lo público y lo privado, la mentira como discurso político, la xenofobia, el machismo y, en general, la ignorancia. Boris Johnson, al menos, sabe declamar la Iliada en griego clásico.