Integración social

Cuento de Navidad: globalización, fiscalidad y pobreza

Si el comercio y las finanzas globales limitan mejoras, los gobiernos deben esforzarse en la redistribución de los frutos del crecimiento económico

zentauroepp51492991 opinion leonard beard191224155320

zentauroepp51492991 opinion leonard beard191224155320 / periodico

Josep Oliver Alonso

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Días emotivos, de reencuentro y de promesas de mejora, imbricadas en nuestro ADN por el devenir de las estaciones que han determinado nuestra supervivencia. Una hora en la que el pasado queda a nuestras espaldas, congelado como la naturaleza proclama, y en el qué lo nuevo está por nacer. ¿Qué mejor momento que el solsticio de invierno para recapitular y proyectarse hacia delante? Es el cuento de Navidad de cada año.

Aprovechándolo, y ahora que se otean cambios políticos en el horizonte, parece pertinente evaluar dónde nos encontramos en lo tocante a pobreza e integración social, elementos determinantes del futuro de nuestra convivencia. Nos impulsan a ese balance los resultados de la Encuesta sobre integración y necesidades sociales 2018, publicada la pasada semana por Cáritas, el programa que se intuye del potencial Gobierno PSOE-UP o el debate acerca del aumento de impuestos acordado entre ERC y los ‘comuns’ para los Presupuestos de la Generalitat. 

El liberalismo económico a ultranza

Antes de continuar, déjenme situar algunos extremos de esta reflexión. Pobreza, exclusión y desigualdad son dimensiones distintas, derivadas de las perniciosas consecuencias del llamado consenso de Washington, es decir, del liberalismo económico a ultranza. Su victoria, fraguada en las batallas de Reagan y Thatcher contra el Estado del bienestar, se ha extendido con el éxito de la globalización de la mano de sus consecuencias deflacionarias, reforzadas además por el cambio técnico. 

Porque la incorporación a la economía global de más de 1.000 millones de trabajadores con escasa o nula protección social y salarios reducidos lo ha alterado todo. Y si no, comparen lo que valía la ropa hace un par de décadas con su importe actual; o imaginen lo que hubiera costado que les trajeran la comida a casa un viernes por la noche; o la factura de la última compra de material informático en internet. Como consumidores, nos entusiasma la disponibilidad inmediata y a precios reducidos de bienes y servicios; pero como productores, la situación es distinta. Y aunque en todos los procesos de cambio hay ganadores y perdedores, en este que nos ha tocado vivir parece que los que pierden no son minoría.

Reteniendo lo anterior se comprenden mejor algunos de los resultados del Informe sobre exclusión  y desarrollo social en Catalunya y del Informe sobre exclusió i desenvolupament  social a la diòcesi de Barcelona, publicados por la Fundación Foessa. Recomiendo su lectura a nuestros políticos, demasiado preocupados los últimos años por aspectos muy alejados de los problemas que destacan estos estudios. Por ejemplo, que más del 24% de la población de la diócesis de Barcelona (unas 650.000 personas) vive en exclusión social. Unas cifras que coinciden básicamente con las de la Encuesta de condiciones de vida del INE que, para el 2018, señalaba que el 27% de catalanes no podían permitirse una semana de vacaciones al año, el 28% no tenía capacidad para hacer frente a gastos imprevistos, cerca del 9% no mantenía la vivienda a la temperatura adecuada o que el 4% no podía permitirse una comida de carne, pollo o pescado dos veces a la semana.

Los salarios de los jóvenes

Aunque es del todo cierto que la destrucción de empleo entre 2008 y 2013 generó una profunda brecha social y provocó un sustancial aumento de la desigualdad y la exclusión, las causas de la dramática situación actual son más profundas: recogen los duros impactos de la globalización y de la disrupción que está ya provocando el cambio técnico. La caída de los salarios de los jóvenes constituye un buen indicador de lo que está sucediendo más allá de los efectos de la crisis financiera. Y ello porque, además, la globalización incide en la capacidad de los Estados para revertir el aumento de la pobreza y de la desigualdad. Porque expansión económica, haberla la hay. Y los beneficios que se derivan de la misma, también. En suma, si el comercio y las finanzas globales limitan mejoras, deberán ser los Gobiernos los que contribuyan a la redistribución de los frutos del crecimiento.

Desde este punto de vista, permítanme destacar una última conclusión del estudio Foessa. Preguntados por la disyuntiva impuestos/servicios públicos, el 80% de los encuestados se declaran a favor de incrementar la imposición para sufragar más gasto social. Y aunque el 20% restante se opone, y disfruta de potentes palancas de poder y opinión, en el combate para aumentar la justicia en nuestras sociedades quizá no todo esté perdido. ¡Feliz Navidad!