Libros del 'procés'

La cárcel está más cerca

La distinción bizantina entre presos políticos y políticos presos soslaya el descrédito de los países que han de encarcelar a sus representantes públicos para apaciguar revueltas

Javier Melero

Javier Melero / FERRAN NADEU

Matías Vallés

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Al acabar de leer el décimo libro sobre el 'procés' (Javier Melero, 'El encargo'), no se ha avanzado un milímetro en la comprensión de este fenómeno paranormal, en cuanto 'ensoñación'. A cambio, crece la familiaridad con la cárcel, la nueva panacea para la resolución de conflictos. “Endurecimiento de penas” vuelve a ser la expresión del año, la mayoría de políticos encarcelados habían inaugurado o visitado oficialmente las cárceles que nunca imaginaron que habitarían.

La distinción bizantina entre presos políticos y políticos presos soslaya el descrédito de los países que han de encarcelar a sus representantes públicos para apaciguar revueltas. La Transición supuso un alejamiento de la prisión, que ahora está más cerca que nunca. Basta con un chiste oxidado sobre Carrero, o con una bufonada sin audiencia contra el Jefe del Estado. Las cárceles no se diseñaron para albergar al ocho años vicepresidente de Aznarni a un cuñado del Rey, ni a un hijo del patriarca Pujol, ni a la Generalitat en pleno. A todos ellos les sobraban razones para creerse exentos, pero su ingreso mediante condena ha abaratado el concepto, lo ha popularizado. En la última variante, hay que encerrar a un graderío completo de Vallecas.

La famosa ley de Godwin, según la cual toda discusión electrónica desemboca en una acusación de nazismo, alumbra la variante de la ley de Soto del Real, donde todo debate condena a prisión al adversario a partir de la tercera réplica. No basta con reprobar a Quim Torra, con votarle en contra o con desear que pierda su cargo. Hay que escudriñar hasta la última posibilidad de privarlo de libertad, Santiago Abascal lo ha pedido explícitamente. La inminencia de la cárcel coarta en sí misma a la libertad de expresión, pero no se derraman muchas lágrimas por este valor en desuso. La última esperanza es que el duro Melero se resista a no escandalizarse ante el presidio, en su crónica muy recomendable. Vamos a por el libro número once, para seguir sin entenderse. Que no equivale a desentenderse.