La represión contra los uigures

China, la nueva frontera y la verdad

Si en Occidente comprobamos a diario lo difícil que resulta separar las opiniones de los hechos, ¿qué pensar de un régimen totalitario como el chino, en el que la disidencia es aplastada sin contemplaciones?

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Alfonso Armada

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La periodista uigur Gulchehra Hoja ha sido elegida por el 'Financial Times' como una de las mujeres del año. “Al menos 24 miembros de tu familia han sido detenidos por tu culpa”. Ella lo cuenta en un artículo que publicó el pasado fin de semana en el diario británico. Eso fue lo que un amigo de su familia le dijo en el 2018 y lo que la hizo explotar y dejar de guardar silencio. Nacida en Urumqi, la capital de la región china de Xinjiang, en el noroeste del país, tras 17 años viviendo en Estados Unidos decidió incorporarse a Radio Free Asia, la única fuente de noticias en lengua uigur fuera de China, para denunciar que más de un millón de uigures y otras minorías musulmanas han sido internados en los llamados centros de reeducación. En realidad, campos de concentración en los que los uigures son persuadidos para que abandonen su religión, sus creencias, su cultura, y se convenzan de que para ser un buen chino de la mayoritaria etnia han y poder prosperar deben adoptar la doctrina capitalista que propugna el Partido Comunista Chino.

Gulchehra Hoja dice que no hay indicios de que se estén cometiendo asesinatos sistemáticamente, pero sí del traslado masivo de niños y esterilizaciones forzadas en un gigantesco proyecto de ingeniería social que recuerda a los centros psiquiátricos de la Unión Soviética, donde eran internados los disidentes que se negaban a reconocer que vivían en el mejor de los mundos posibles. Se trata de un lavado de cerebrolavado de cerebro y un carné de puntos que permite (o no) trabajar, disfrutar de asistencia médica, estudiar, viajar, tener un pasaporte, existir… Lo que China está aplicando en Xinjiang es un gulag tecnológico en el que los ciudadanos son espiados concienzudamente. En los archivos policiales quedan registrados adn, rasgos físicos, médicos, antecedentes, movimientos, gustos, amistades, lecturas, prácticas religiosas y políticas... 

China, la principal cárcel de periodistas del mundo, es ya una superpotencia en reconocimiento facial e inteligencia artificial. Sistemas que pronto estarán a disposición de quien quiera y pueda pagarlos, y que puede servir, llevando más allá los peores vaticinios de una serie tan perturbadora como 'Black Mirror'Black Mirror, para que el ogro filantrópico se anticipe al crimen. 

El becerro de oro de Pekín

Mariola Moncada, doctora en Historia Contemporánea China por la Universidad de Fudan, en Shanghái, reconoció hace unos días en una mesa redonda sobre Hong Kong celebrada en Madrid que a China no le interesa desencadenar un segundo Tiananmén. Prefiere aplicar ahora tácticas blandas y ganar tiempo. Xi Jinping ha logrado una intocable legitimidad gracias al imparable crecimiento económico que saca cada semana a decenas de miles de chinos de la pobreza. Una legitimidad que podría resquebrajarse si irrumpe una crisis de envergadura. ¿Qué es lo que se niegan a aceptar los jóvenes hongkoneses que llevan seis meses desafiando a las autoridades chinas? La imposición del modelo pequinés. Y el temor a que, en el 2047, cuando Hong Kong se convierta en una provincia más, pierda las libertades que hoy disfruta. A diferencia de la inmensa mayoría del pueblo chino, que ve a los hongkoneses como traidores (a través de la hipervigilada internet china), los jóvenes de la antigua colonia británica saben qué pasó en Tíbet, qué pasa en Xinjiang, qué les espera si ceden al becerro de oro de Pekín: prosperidad, sin duda, pero nada de libertades políticas ni independencia judicial. 

Orgullo nacional

Si en Occidente comprobamos a diario lo difícil que resulta separar las opiniones de los hechos, y cómo los ciudadanos convertidos en parroquianos suelen informarse a través de medios que ratifican su visión del mundo y sus prejuicios, ¿qué pensar de un régimen totalitario como el chino en el que la disidencia es aplastada sin contemplaciones, como mostró la muerte lenta en prisión del Premio Nobel Liu Xiaobo? La propaganda oficial no deja de hacer hincapié en que los perseguidos en Xinjiang son extremistas, terroristas musulmanes que no aceptan las bondades de un régimen que ha devuelto a China el orgullo nacional frente a las humillaciones del pasado, como las derrotas en las guerras del opio y la creación de la colonia británica de Hong Kong.  

Xinjiang significa, en chino, la nueva frontera. Es quizá la única verdad que Pekín admite. Una verdad geográfica y tecnológica. El peor rostro de un futuro que ya está aquí, y que acaso debería propiciar que nos preguntáramos ¿cómo construimos nuestra imagen del mundo y de lo que somos? ¿Sabemos distinguir las opiniones de los hechos, algo que según el último informe PISA solo sabe hacer uno de cada diez estudiantes?

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