opinión
La milonga del emprendimiento
La crisis impulsó el mito del emprendedor de éxito. La caída en el número de autónomos muestra que para muchos fue solo periodo de transición y dilapidación de ahorros
Eduardo López Alonso
Periodista.
Trabajo en El Periódico de Catalunya desde 1992, la mayor parte de ese tiempo en la sección de Economía. Ahora, en la sección Panorama que agrupa a Economía, Política e Internacional. Antes estuve en el diario ABC (Economía), Televisión Española (Economía), Grupo Recoletos (gratuitos locales) y en el ámbito de las televisiones locales (realizador). Licenciado en periodismo, diplomado en publicidad, máster de Información de Económica por la UAB y el Col·legi de Periodistas de Catalunya, cursé el doctorado de Económicas en la Universitat de Barcelona, pendiente de tesis doctoral ('Gestión de medios de comunicación en tiempos de crisis'). Autor del libro 'Las prejubilaciones del menosprecio'.
Eduardo López Alonso
En los años de la crisis la figura del emprendedor fue esperanza de muchos. El éxito se labraba siendo empresario, independiente y logrando capacidad de mando. Con la recuperación económica, gran parte de aquellos emprendedores gastaron sus ahorros, subsisten como pueden y sueñan con formar parte de un proyecto sólido, solos o acompañados. Las últimas estadísticas apuntan a que el número de menores de 35 años en el régimen de autónomos se ha reducido en 160.000 personas desde el 2008. El emprendimiento para los que no están sobradamente preparados nunca fue fácil, y menos si no están holgadamente financiados.
Entre emprendedores y expatriados, la crisis económica sirvió para deshacerse de demandantes de empleo y se ganó una generación llena de frustraciones profesionales y salarios mileuristas. Ha llegado el momento de revitalizar los sueldos para allá del salario mínimo. Las propuestas de subida del SMI es un primer paso que las patronales critican sin argumentos sólidos. Los salarios deben aumentar al mismo ritmo que mejoren las cuentas de resultados y se dulcifiquen las dañadas relaciones entre empresarios y empleados.
Los síntomas de agotamiento del emprendimiento juvenil y de la actividad autónoma en general son signo de cambio de paradigma. El emprendimiento solo es amable con recursos sobrados y red social amiga. No se entiende la ayuda pública al emprendimiento de riesgo, salvo amiguismos velados, mientras se niegan ayudas de urgencia para evitar desahucios. Los conflictos de clase pueden ser eludidos si la política y la empresa miman los salarios como oportunidad para llevar la equidad a la práctica. En momentos de crecimiento, las políticas redistributivas deben animar el círculo virtuoso, recuperar la confianza general y relativizar la idea del emprendimiento como medio asegurado para el éxito y la realización vital.
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