Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

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Hazle más feliz esta Navidad

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Se divorció porque su marido le regaló un abrigo que costaba más de lo que ella cobraba en un mes. Un abrigo maravilloso, pero… no era de su talla. Habría sido tan simple como ir a la tienda con uno de los abrigos que él podía haber encontrado en el armario de su mujer. Por no hablar de que, si duermes cada noche con una persona, te puedes hacer más o menos a la idea del cuerpo que tiene. Para colmo, el abrigo era rosa, un color que Laura no usa nunca. El debería saberlo, llevaban 10 años juntos. El abrigo se podía cambiar. Pero se lo había comprado en un centro comercial de alto lujo. Para cambiarlo, Laura debería conducir una hora de ida y otra de vuelta. Y como su marido se pasaba el día viajando, Laura iba  como loca con el tiempo pegado a los talones para salir escopeteada del trabajo, recoger a los niños, darles de cenar... y no sabía cómo narices iba a encontrar esas dos horas.

Ese abrigo representaba la desigualdad de su matrimonio. Su marido no se fijaba en su cuerpo, ni en su manera de vestir, su marido no conocía sus rutinas, no se le ocurrió comprar el abrigo en una tienda cercana a casa, por si hubiera que cambiarlo… Y evidentemente su marido no había comprado el abrigo, porque su marido no tenía ni idea de moda. Lo había comprado, a lo mejor, su asistente personal. Y, a lo peor, su amante. 

Y es que, en este caso, como en tantos otros, el regalo no era una expresión auténtica de afecto sino una manifestación tácita de un sentimiento de culpa.

En nuestra cultura hiperconsumista se concibe el regalo como la forma legitimada y ritualizada de demostrar amor. Esta es la creencia limitante de los padres que, en Navidad, cubren a sus hijos de regalos carísimos que los críos no van a usar. Este estilo de crianza crea futuros adultos poco resistentes a la frustración, adultos con creatividad e imaginación poco desarrolladas, adultos que no saben valorar lo que tienen, que no se esfuerzan por alcanzar objetivos y que viven enganchados en la rueda de hámster de la insatisfacción permanente: ¿No conocemos todos algún adolescente o adulto así?

Este es un tiempo
fácil para propiciar 
la sugestión 
orientada al 
consumo

La publicidad opera sobre al sentimiento de culpa de tantas personas volcadas en su trabajo que no dedican tiempo a sus seres queridos y que creen que un regalo caro es la forma (siempre ineficaz) de compensar su ausencia física y su carencia afectiva. Da igual que sea un abrigo de Gucci o un Smartphone de 1.000 euros regalado a un chaval de 10 años que no lo necesita para nada.

La Navidad se ha convertido en una temporada en la cual resulta especialmente fácil propiciar la sugestión orientada al consumo. Las estrategias de ventas no requieren un conocimiento demasiado profundo de la mente humana: basta con hacer referencia a los valores familiares y comunitarios.

Simplemente se muestra una familia o a un grupo de amigos cenando alrededor de una mesa muy larga, pasando los platos entre sí. Y ya tenemos una imagen poderosa que apela a la unión familiar, al goce de compartir. Añádele un producto que quieras vender, y a poder ser una pareja de viejecitos y ¡un perro! El perro que no falte. Y ya tienes un éxito de ventas.

Pero Laura hubiera preferido, sin duda, que su marido viajara menos y llegara cada tarde a las siete para ayudarle con los niños, y Manel, su hijo, que recibió el TontoPhoneX, probablemente hubiera preferido que sus padres no se hubieran divorciado. Pero Manel ni siquiera sabe expresar lo mal que se siente. Así que esta Navidad le ha pedido el Tontophone 11 Pro, que se anuncia así: «Hazle más feliz esta Navidad».