El cierre de teatros en BCN

Cuestión de prioridades

La pérdida de un teatro afecta a espectadores, productores, artistas y, sobre todo a la ciudadanía, que se está quedando con una ciudad cada vez más pobre por lo que al teatro se refiere

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Marta Buchaca

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En las últimas décadas, Barcelona ha ido perdiendo teatros uno detrás del otro: desde los añorados Teatre Malic o Artenbrut pasando por el Teatre Novedades, el Teatre Principal, el Teatre Apolo o la Sala Muntaner, que cerró en el 2018 después de 24 años de actividad. Era un teatro donde podían estrenar producciones pequeñas y obras de dramaturgia catalana contemporánea. Entre los últimos éxitos del teatro, se cuentan obras como ''L'electe', de Ramon Madaula, 'Mala broma', de Jordi Casanovas...

Ahora le ha tocado el turno al Club Capitol. El propietario les ha anunciado que no les prorrogará el contrato de alquiler y cerrarán a final de temporada. El Capitol es un teatro con dos salas. En la Sala Pepe Rubianes, la más grande, suele haber monólogos que cuentan con un público joven y fiel. En la Sala 2, de menor aforo, se programan obras generalmente producidas por productoras pequeñas que tienen en esa sala la posibilidad de rentabilizar sus producciones. Últimamente han triunfado allí 'Les coses excepcionals', de Duncan McMillan, producida por Sixto Paz y 'Laponia', de Cristina Clemente y Marc Angelet, producida por Hause and Richman y Velvet Events. Es una de las pocas salas que dan una segunda vida a obras de éxito, una sala generadora de nuevo público, y que fue nada más y nada menos, la casa de Pepe Rubianes durante 10 años. Una sala que Barcelona no se puede permitir perder. 

También acaba de anunciar su cierre La Vilella, después de siete años de actividad. Cierran salas, sí, pero también se salvan otras. La compra del edificio de la Sala Beckett de Gràcia por parte de Nuñez y Navarro fue su sentencia de muerte. En ese caso, afortunadamente, el Ayuntamiento de Barcelona no la dejó morir y les cedió el antiguo edificio Cooperativa Pau i Justícia, en Poblenou. Gracias a la aportación económica del Ayuntamiento , la Generalitat y el Ministerio de Cultura, pudieron remodelar el edificio y continuar su trayectoria, creciendo y renovándose.  

No es el único caso reciente de sala 'rescatada'. Ante la amenaza de que un fondo de inversiones adquiriera el edificio del Teatre Tantarantana, el Ayuntamiento lo compró y lo convirtió  en una fábrica de creación. Ahora, gracias al “rescate”, el teatro está más vivo que nunca y estrena creadores y compañías jóvenes continuamente.

Los casos de la Cuina y el Adrià Gual

La pérdida de un teatro afecta a espectadores, productores, artistas y, sobre todo a la ciudadanía, que se está quedando con una ciudad cada vez más pobre por lo que al teatro se refiere. Y si cerrar un teatro es una tragedia, también lo es tenerlo infrautilizado. Los teatros La Cuina y Adrià Gual, ubicados en el Espai Francesca Bonnemaison tienen una actividad limitada y fuera del circuito comercial. Aunque en más de una ocasión la Diputació de Barcelona, propietaria del edificio, ha intentado privatizar su gestión, nunca lo ha conseguido.

Casos como los de la Sala Beckett o el Tantarantana demuestran que cuando se quiere, se puede, y que todo es cuestión de prioridades.

Salvar el Club Capitol, recuperar la Muntaner, y hacer una programación estable en el Adriá Gual y La Cuina también debe ser una prioridad. Ya que están dentro de un espacio que engloba instituciones que fomentan la participación de la mujer en todos los ámbitos de la cultura, podrían estrenaran exclusivamente obras escritas y dirigidas por mujeres. Ayuntamiento de Barcelona, por favor, hagan sus deberes. La ciudad se lo agradecerá, como le agradece que haya salvado a teatros que estaban condenados a desaparecer.