ANALISIS DEL CLÁSICO

El Barça necesita otra máscara

El equipo de Valverde dio pie a pensar que no se cree su autoridad en los partidos mayúsculos

De Jong y Busquets pugnan por un balón durante el partido.

De Jong y Busquets pugnan por un balón durante el partido. / periodico

Albert Guasch

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Tantas cosas que tenían que suceder y a la postre los sustos más grandes en el interior del Camp Nou se produjeron alrededor del área de Ter Stegen. Hubo proclamas lanzadas masivamente a viva voz, hubo pancartas, grandes y pequeñas, y hasta unas pelotas amarillas en la segunda parte que pararon un par de minutos el partido. Nada trágico. Nada excepcional. Nada que no se haya visto antes en otros campos. Caerá una multa muy asumible. Y ya está. El Clásico más temido ya es historia y futbolísticamente no se recordará como un día pletórico, en particular para el equipo de Valverde. Por lo contemplado sobre el césped, no fue el empate un mal negocio.

Ahora puede decirse que los rumores sobre el advenimiento del apocalipsis resultaron bastante exagerados. Parece que por la apabullante presencia policial. La imprecisión de la amenaza se convirtió en el verdadero éxito de Tsunami Democràtic. Pero con el balón rodando, si se detectaron nervios en el Estadi fue, más que nada, por la propuesta timorata de los azulgranas. Otra cosa fue en la calle. Hasta la tribuna llegó el olor a quemado por algunos disturbios.

El Madrid le puso la mano en el cuello al Barça durante largos ratos. Se sentaron los barcelonistas en el cuarto trastero, como ahogados, y les crujieron los huesos cada vez que probaban de estirarse. El equipo de Valverde descuidó la presión alta, el método que le ha proporcionado las mejores sensaciones en los últimos partidos, y prefirió recogerse atrás, al calor de los centrales, poco dispuesto a expresarse arriba con libertad.

No pasaron los tornos las máscaras de Messi y durante una media hora dio la impresión de que los agentes encargados del dispositivo de seguridad retuvieron confundidos también al verdadero '10'. A partir de entonces pareció darse unos golpes en el pecho y se puso a ayudar más en la presión. Tuvo el efecto de un toque de corneta a salir de las barricadas.

Vinieron las mejores ocasiones. Ramos imitó a Piqué y sacó también bajo palos un remate a gol del argentino. Y dio un pase de esos eternos a Alba, que este no aprovechó. No duraron esos momentos de jerarquía. Fue en general el Barça un equipo reactivo y poco protagonista, escasamente canónico para las raíces de la camiseta azulgrana.

Juego lubricado

El Madrid jugó valiente, nada intimidado ni por el ruido ambiental de la calle ni del campo. Los blancos llegaron a puerta en más cantidad y calidad. Desplegó un juego lubricado, al contrario que los barcelonistas, penalizados no se sabe hasta qué punto por la fiebre de Busquets. No pareció su ausencia un factor menor, pero no justifica plenamente el rendimiento encogido de los azulgranas. Si algo detectó el mundo, aparte de las pelotas amarillas, fue la dosificada vitalidad que exhibió el equipo que jugaba en casa.

Las discusiones sobre el VAR que se avecinan por los supuestos penaltis no pitados normalizarán a partir de ahora el Clásico. Pero al Barça le queda la incómoda sensación de aparecer sin autoridad en los partidos mayúsculos. No se cree sus galones, como en otras épocas.

Al menos conserva el liderato y las eliminatorias conclusivas de la Champions no aparecen hasta después de Navidad. Queda tiempo para buscarse una máscara mejor. El Barça no produjo fútbol, pero tampoco se le incendió el Camp Nou.