Cuestiones del léxico

Biografía de las palabras

Las falsas etimologías son como las teorías conspiranoicas, siempre encuentras argumentos a favor

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Rosa Ribas

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Normalmente no somos conscientes de cómo y cuándo entraron las palabras en nuestro léxico. Sería más bien un lastre, tanta conciencia haría imposible su uso. Pero a veces, en medio de una conversación o de un texto, alguna destaca de un modo particular porque algo se activa en un rincón de la memoria. Y entonces, nos acordamos de cómo empezamos a convivir con esa palabra.

Me puse a pensar en ello cuando hace unos días, leyendo la estupenda traducción que ha hecho al catalán Valèria Gaillard de 'Els anys de Annie Ernaux' (Angle Editorial), apareció la palabra ‘eixordar’. Esta palabra la habré leído centenares de veces en otros textos y habré pasado por ella como por el resto de palabras, pero ese día algo me obligó a detener la lectura y me llevó a viajar en el tiempo. Tal vez fuera el carácter autobiográfico de la obra de Ernaux, tal vez fuera que el otoño es la estación más dada a evocaciones, tal vez que un hermoso encuentro reciente con antiguas compañeras del colegio había dejado entreabierto ese cajón de los recuerdos, y ahora sus nombres Alicia, Carmen, Blanca, Julia, vuelven a formar parte de mi vida.

De pronto, me vi otra vez en un aula del colegio, no sé si en sexto o séptimo de EGB. En una de esas academias ubicadas en un piso, donde los maestros daban clases de todo, supieran o no. Como el catalán había entrado en el plan escolar, pusieron a darnos clases a una profesora joven, que, creo recordar, era la nuera de los directores y que, aunque se esforzaba, tenía más bien poca idea. Una de sus actividades preferidas, supongo que porque gasta muchos minutos de clase, era hacernos leer textos en voz alta. A todos. En una clase de unos 40 alumnos.

Y un día llegó el texto en el que salía la palabra ‘eixordar’. El primero de nosotros que tuvo que leerla en voz alta, tropezó, levantó la vista y la miró esperando una ayuda. Entonces ella leyó el texto como si lo viera por primera vez. Bien, supongo que en realidad lo veía por primera vez, lo leyó en voz alta y al llegar a la palabra soltó un poco dubitativa: "es diu 'ecsorda'". Y nada, 40 alumnos leímos sin ponerlo en duda la palabra así hasta que se acabó la clase. No sé si ella respiró aliviada al salir o se metió a llorar en los lavabos.

En una acalorada discusión sobre política

Yo también tengo algunas palabras que me han hecho pasar sonrojos. Hay una que no puedo leer o escuchar sin sentir una enorme vergüenza retroactiva. Si la tengo que decir, creo que incluso tartamudeo. Es ‘alienado’. Del mismo modo que a los que aprenden una lengua las irregularidades les juegan una mala pasada y les descubre que no se dice “He 'hacido' los deberes” o “'Teno' una bicicleta”, a mí una falsa etimología me llevo a pensar que se decía ‘alineado’, de ‘línea’; lo cual no deja de tener algo de lógica, porque pensaba que se refería a gente que estaba conforme, en línea, con el sistema, que era de lo que se trataba en esa discusión. Las falsas etimologías son como las teorías conspiranoicas, siempre encuentras argumentos a favor. De modo que con la omnisapiencia que se tiene a los 16 años y con no menos apasionamiento, en una acalorada discusión sobre política que tenía con unos compañeros de clase, les eché en cara que eran todos unos alineados. La carcajada que saltó una de ellas todavía me resuena en los oídos. Ahora mismo lo está haciendo. Aprendí a decirla bien, por supuesto; entendí también su etimología. Añade un escalofrío extra a las películas de aliens.

No puedo escuchar o leer la palabra 'alienado' sin sentir
una enorme vergüenza retroactiva

Pero no todos mis recuerdos son de palabras mal aprendidas o mal usadas.

Los nombres de los colores en catalán y en diminutivo ‘vermellet’, ‘blavet’, me hacen recordar de inmediato a mi bisabuela enseñándomelos, aunque sé que es un recuerdo falso, que cuando eso sucedía yo no tenía edad para conservar memoria. Es un recuerdo construido a partir de los relatos y de las fotos familiares. Ella misma me lo contó muchas veces. Me explicó que me llevaba en brazos por la casa y me señalaba objetos para que dijera de qué color era. La imagen que tengo en la mente es tan nítida que ya se ha vuelto real y la oigo preguntándome y me veo respondiendo “'verdet'”, “'groguet'”. Lo sigo haciendo. “¿De qué color quiere la libreta?” “Roja”, digo. “'Vermelleta'”, pienso.

No todas las palabras tienen una biografía que podamos recordar. Pero quizás, después de leer este texto, cuando lean la palabra ‘eixordar’ sonrían pronunciando 'ecsordar' para sus adentros, o piensen en el sonrojo de una adolescente al decir mal una palabra o quizás se hayan acordado de quién les enseñó alguna palabra cuando eran pequeños.

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