Lucía Etxebarria

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Los otaku y el etnocentrismo: cuestión de estética

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Un 'otaku' en España es una persona cuya lista de reproducción está llena de series anime, cuya habitación es un muestrario de figuras de 'merchandising' de sus series favoritas, que lee manga y que de vez en cuando (en Halloween, Carnaval, o con ocasión de un evento 'otaku') hace 'cosplay'. Es decir, se disfraza de personaje de anime

Hasta ahí todo bien. Todos conocemos a un/a adolescente que concuerda con la definición. Ahora bien, ¿qué sucede si esta personas tiene ya 30 años? Que inmediatamente pensamos que es un depravado, un friki, un ser asocial. Puede que lo sea, o puede que no. 

Los animes están diseñados con un código muy particular: el 'kaiwaii'. Un adjetivo que significa bonito o tierno. Eso quiere decir que el manga (o gran parte de él) suele tener colores pastel y personajes dibujados con ojos muy grandes y una expresión muy dulce. En el manganime te puedes encontrar con escenas de sexo y violencia dibujadas de tal forma que parecen (si no te fijas) cromos para un álbum de una niña de 8 años. Así que bien podría ser que esta persona de 30 años simplemente le encante el anime como a otra le puede gustar la ópera. El uno colecciona cómics, series y 'merchandising' y el otro cedés, programas de teatro y libros y revistas especializadas. Cuestión de estética.

¿Qué diferencia hay entre el millonario que sigue a la soprano Anna Netrebko y el enamorado de un personaje de anime?

Personas que tienen una obsesión las encontramos en cualquier campo. Empieza a dejar de ser obsesión y a convertirse en patología cuando te encuentras en un foro a una persona que asegura que está enamorada de tal o cual personaje, que incluso se masturba pensando en ella. (En argot a este tipo de personas se les llama 'moe', aunque a veces la moe es el propio personaje).

¿Se diferencia esto mucho de la persona que se obsesiona con un participante de un 'reality show', se gasta una cantidad indecente en votar para que no salga de la casa, se identifica como 'adarista' o 'estelista' en su perfil y llora cuando ese personaje gana? Es que el segundo es un personaje real, me diréis. Pues no. En los 'reality shows' hay guion, escenas que se eliminan, escenas que se crean en sala de montaje, e instrucciones a los participantes. Las personas que tú crees ver en realidad no son más que una proyección: sobre la figura catódica de esa persona tú proyectas tus fobias y tus filias, tus miedos, tus carencias y tus inseguridades. Igual que hace el 'otaku moe'.

El momento en que un 'hobby' o una pasión deja de serlo y se convierte en una patología, llega cuando el apasionado no sabe diferenciar la realidad de la ficción. Esa obsesión responde a una forma de llevar un vacío que empieza a a ser demasiado común en una sociedad hiperconsumista y alienante.

Es el caso del hombre que se enamora de una 'moe' y cree tener una relación con ella, de la 'adarista' que se mete en peleas en Twitter para defender el honor de Adara, o del hincha del Real Madrid que le pega un puñetazo en el bar a un tipo que critica el juego de Sergio Ramos… Pero también el del millonario que sigue a Anna Netrebko (una soprano) en sus conciertos por todo el mundo.

¿Por qué al último no le despreciaríamos como al 'otaku'?

Pues por algo que se llama etnocentrismo de clase (gracias Bourdieu por el palabro). La tendencia a considerar natural una sola forma de ver y pensar el mundo. Un etnocentrismo de clase que niega que puedan existir otros gustos con derecho a ser legítimos. Una clase que se aferra a su estatus negando la existencia de otra sensibilidad. Porque eso es lo que significa la palabra 'estética': 'sensibilidad', en griego.