La investidura

El 'pedralbing' como llave y política de riesgo

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Gemma Robles

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Estamos en tiempos políticos tan pintorescos que emitir un comunicado conjunto entre PSOE y ERC -dos partidos que intentan entenderse- subrayando un compromiso mutuo de respeto y apoyo al diálogo institucional se convierte en noticia. En un avance destacable. En una esperanza de futuro para unos. En un motivo de desgarre para otros y hasta en una razón para proclamar que estamos peor que con ETA para los entregados al agitprop versionado: en el caso de la popular Cayetana Álvarez de Toledo, con aires neocon.

Qué tiempos. La forma o el color de la cazuela en la que se cocina el guiso intenta eclipsar al sabor o la calidad de los ingredientes. Las patas que tiene una mesa o el cargos que obstentan quienes se puedan sentar alrededor de ella supera en notoriedad a los fines reales que serán tratados en su perímetro. Cabe esperar que entre bambalinas, donde las formas deberían tratar de usted al fondo, los socialistas y los republicanos estén hablando de las cosas de comer y del hambre y el ansia de superar una crisis en y con Catalunya que ya dura demasiado. Una crisis política, por supuesto. Y de convivencia, pues también.

Morriñas y vaselinas

Ante los focos, imperan por el momento los gestos y se echan en falta los contenidos en torno a las negociaciones de investidura: barones del PSOE con cierta morriña de ser influyentes, como antaño, advierten frente a lo que pueda venir con Esquerra, pese a no saber exactamente qué es a lo que tanto temen. Ni falta que les hace: al fin y al cabo son los mismos que hace unos años prohibieron en un Comité Federal del partido al aspirante Pedro Sánchez, con menos canas y aún menos poder interno, sentarse siquiera a escuchar a los independentistas para cuadrar el círculo de otra investidura.

Aquello queda lejos. Sánchez se ha rehecho a sí mismo desde entonces superando las costuras del PSOE y tomando sus riendas sin complejos. Ya no pide permiso, ahora impone realidades. La suyas. Eso explica que mientras presidentes socialistas como Lambán tache de indeseables a los republicanos en plenas conversaciones y tilde de supremacista a su compañero Miquel Iceta por tirarle de las orejas, él, el candidato ya designado por el Rey, haga oídos sordos. Exactamente lo mismo que con las advertencias de su colega Emiliano García Page, que recalca que no quiere vaselina como regalo navideño... dejando perplejos a los amantes de la retórica cuidada.

El líder tiene otras preocupaciones: seducir a ERC y convencer a su cúpula de que no ceda ante JxCat para boicotear su reelección en el Parlamento. Busca la llave de Moncloa y no duda en practicar política de riesgo en estos tiempos, ¡qué tiempos!, en que las formas tutean al fondo ante los micrófonos y, de vez en cuando, hasta le faltan al respeto. Sánchez está sin embargo en otra pantalla, la del cortejo, y recurre incluso a lenguaje del gusto independentista para ir rebajando tensiones.  Y allanando camino. «Seguridad jurídica» en vez de «Constitución» como límite para el diálogo. Vuelve el ‘pedralbing’.