Opinión | Editorial

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Tsunami Democràtic y el clásico

Si malo es politizar el deporte, peor aún es futbolizar la política con una acción en un partido de riesgo

Pancartas en el último clásico jugado en mayo del 2018 en el Camp Nou.

Pancartas en el último clásico jugado en mayo del 2018 en el Camp Nou. / periodico

El anuncio de Tsunami Democràtic de llevar a cabo un acto de protesta contra la sentencia a los líderes del ‘procés’ el próximo 18 de diciembre coincidiendo con el Barça-Madrid ha creado una comprensible preocupación entre las fuerzas de seguridad y los estamentos futbolísticos. Desde el anonimato de su aplicación, Tsunami afirma que movilizará a 18.000 personas alrededor del Camp Nou horas antes del inicio del partido, y exige exhibir una pancarta en el terreno de juego para que el partido pueda jugarse con normalidad. Sin duda, la intención de los convocantes es aprovechar la gran repercusión mundial del clásico futbolístico español para transmitir a todo el mundo sus reivindicaciones políticas, ciertamente legítimas.

Se ha convertido en un lugar común a la hora de analizar las acciones de Tsunami Democràtic defender el derecho a la libertad de expresión y a la protesta. Así sucedió en las movilizaciones anteriores (en el aeropuerto de El Prat y la frontera entre Francia y España) y así lo dijo la Generalitat en un comunicado en el que afirma que los Mossos d’Esquadra velarán para defender el derecho a manifestación y la libertad de movimiento de los miles de personas que acudirán a ver el partido de fútbol. Sin duda, la libertad de expresión y de manifestarse es nuclear en un sistema democrático. Pero ello no quita las múltiples aristas de las acciones de Tsunami Democràtic. De entrada, el anonimato de los convocantes de las acciones de protesta, inaceptable en una sociedad democrática en la que todo el mundo debe ser responsable de sus actos. Además, las acciones hasta el momento han perjudicado sobre todo a ciudadanos y empresas catalanas, primero a los que perdieron sus vuelos en el bloqueo de El Prat y después a los que se vieron atrapados en la autopista de La Jonquera.

Ahora es el Barça quien está en el centro del huracán. Suele decirse que politizar el deporte es una mala idea, pero mucho peor es futbolizar la política. Un Barça-Madrid, de por sí, es un partido de alto riesgo, por las pasiones que genera y por la irracionalidad que a menudo rodea el mundo del fútbol. Mezclar una reivindicación tan sensible como es la protesta contra la sentencia del Tribunal Supremo con la visita del Real Madrid a Barcelona es, cuando menos, irresponsable. La imagen de la llegada del autobús del Real Madrid rodeado por un gran dispositivo de policial para alejarlo de los manifestantes tal vez contribuya a internacionalizar el conflicto catalán, pero también serviría para dañar aún más la imagen de Catalunya, ya muy perjudicada tras los sucesos de El Prat y La Jonquera y los días de disturbios en Barcelona. Lo mismo sucedería si el desarrollo del partido se viera afectado o, es de esperar que no sea así, si el árbitro se viera obligado a detener el encuentro. La filosofía del cuanto peor, mejor como forma de protesta es tóxica: tensiona a la sociedad catalana, daña la economía y la imagen de Catalunya y agrava el riesgo de fractura social. En plena negociación, además, entre el PSOE y ERC por la investidura de Pedro Sánchez cabe preguntarse a quién benefician estas protestas convocadas de forma anónima.