Nobel a Esther Duflo

Economía ética, economía humana

El PIB es el objetivo que los dirigentes tienen grabado a fuego, cuando tocaría sustituirlo por otros baremos

Ilustración de María Titos

Ilustración de María Titos / periodico

Ángeles González-Sinde

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Cuando era joven y los periódicos se leían en papel, empezaba siempre el diario por atrás. Primero la sección de economía, luego cultura, después sociedad y lo último la política, que solía saltarme. Las noticias económicas me resultaban más comprensibles, pues eran concretas y estaban más conectadas con mi día a día de ciudadana corriente. Aun siendo de letras sabía que las interpretaciones económicas de la realidad configuran las políticas de los gobiernos e impactan como obuses sobre nuestras vidas.

Movida por aquella vieja costumbre suelo interesarme por quién gana el Nobel de Economía, este año ha sido un trío de economistas entre los que destaca una mujer, Esther Duflo. Solo tiene 47 años, pero ya había sido premiada con el Princesa de Asturias en el 2015 y en el 2008 por la Fundación BBVA. La particularidad de esta economista es que para determinar si una medida social es mejor que otra, no recurre ni a logaritmos ni a complejos cálculos matemáticos, sino a experimentos de campo. Es decir, pruebas in situ con los mismos métodos de los ensayos clínicos. Constatan con grupos de personas de carne y hueso si tal incentivo ayuda a que la gente en India vacune a los niños, si en Kenia es mejor regalar o vender las mosquiteras para combatir el contagio de malaria o si para reducir el absentismo escolar es mejor contratar más profesores o bien proporcionar medicamentos contra las lombrices para que los niños tengan fuerza y ganas de ir al cole.

Duflo y sus colaboradores son originales en cuanto a que encaran la pobreza global descomponiéndola en elementos más pequeños a nivel individual o de grupo, es decir, prestan atención al detalle, a las decisiones que tomamos las personas en nuestro día a día. Se molestan en averiguar qué condiciona o impide que una medida abstracta diseñada en un despacho dé fruto. A la manera de sociólogos o antropólogos, tienen muy en cuenta a cada persona y cada colectividad. Lo que funciona en un lado puede ser ineficaz en otro y así, mediante la observación, tienen toda la información en la mano antes de dar algo por bueno.

Salud, dignidad, aire limpio

Más allá de las políticas públicas concretas que han ayudado a implantar, lo que admiro de su trabajo es una conclusión fundamental: que a las personas nos importan muchas cosas -la salud, la dignidad, el aire limpio- bastante más que incrementar el PIB per cápita. Y sin embargo, el PIB, así a bulto, en abstracto, es el objetivo que los dirigentes del mundo desarrollado siguen teniendo grabado a fuego, cuando tocaría sustituirlo por otros baremos.

No sé nada de economía, pero me convence el enfoque de Esther Duflo. Me gustan sus respuestas prácticas a cuestiones pequeñas, pero esenciales y de enorme repercusión: un país con niños más saludables, menos mortandad y más asistencia a las escuelas es un país más competitivo que saldrá adelante. Me gusta que hable de su profesión, los economistas, no como sabios o gurús por encima del bien y del mal, ni como científicos, pues la economía esconde tras su interpretación de las cifras muchísima ideología, sino como “fontaneros que resuelven problemas combinando la intuición, la ciencia, la experiencia, la deducción y el puro ensayo y error”. Fontaneros cuya tarea más urgente es “subrayar que no hay leyes de hierro en la economía que nos impidan construir un mundo más humano.” Ojalá también aquí pudiéramos importar sus métodos y antes de promulgar leyes las probásemos como se ensaya la tecnología o la ciencia. Ahorraríamos mucho sufrimiento estéril.