Dos miradas

En qué mundo vivimos

Hacía tiempo que no veía una película tan triste como 'La hija de un ladrón'. Salgo del cine desolado porque la tristeza más profunda tiene eso, implica un vacío

Estrenos de la semana. Tráiler de 'La hija del ladrón'

Estrenos de la semana. Tráiler de 'La hija del ladrón'. / periodico

Josep Maria Fonalleras

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Hacía tiempo que no veía una película tan triste como 'La hija de un ladrón'. Salgo del cine desolado porque la tristeza más profunda tiene eso. La desolación implica sobre todo un vacío. Colosal, sin casi un margen para la mínima esperanza. La historia, sin entrar en detalles, y como explica muy bien el crítico Ángel Quintana, no nos lleva a una desesperación que es fruto de injusticias sociales, como en los filmes de Ken Loach, sino que "rechaza todo dramatismo gratuito". Es el lento y a la vez sincopado viaje -una odisea íntima- "donde no podemos encontrar respuestas, solo hacernos preguntas".

Hay una especie de honda persistencia en las dificultades de vivir, mínimas cantidades de felicidad apenas apuntadas, casi sin poderlas percibir. Y la inquietud de ser algo sin saber qué cosa pretendemos ser. 'La hija de un ladrón' está lejos de la tragedia porque ni siquiera lo pretende. No existe, porque implicaría una fuga, un destino, al menos una fatalidad. Y resulta que el hado es algo cotidiano, insulso, es la precariedad con fronteras que no se pueden atravesar. Estos días nos tragaremos muchas pastillas navideñas azucaradas. Prueben esta amargura, para saber en qué mundo vivimos.