La sencillez

Hay dos tendencias notables en el teatro contemporáneo. Hemos podido ver ejemplos en Temporada Alta, el festival que ahora se acaba. Por un lado, la continua utilización de la imagen, de la grabación en vídeo. Las propuestas más modernas nos llegan a menudo con una combinación de lo que vemos en escena (los actores que dicen un papel) y de lo que se proyecta en una pantalla. A veces, una realización en directo, con lo cual se magnifican los rostros y los gestos; a veces, una película, que contamina, acentúa o escribe mensajes marginales de la propia escena. Es decir, una sofisticación técnica extrema. La otra tendencia es utilizar la experiencia personal (habitualmente trágica, hiriente) para construir el discurso. Es el triunfo del verismo radical frente a la ficción más estricta. Es también una sofisticación del concepto teatral.

Ante todo esto, la sencillez. Tres actrices sublimes interpretaron -en el adiós de TA- una historia (sobre palestinos y judíos), en homenaje a otra actriz, Cristina Cervià, que murió hace unos meses, dirigidas por una Rosa Maria Sardà sólida y delicada. Nada más. Tres atriles, unas luces, unas voces, una historia. Una emoción compartida. Teatro.