Democracia cuestionada

La democracia de los embaucadores y la complejidad social

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polosw / MONRA

Eugneio García Gascón

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En junio de 2019, poco después de que la primera ministra británica Theresa May renunciara, le preguntaron a un conocido historiador estadounidense por el lío del 'brexit'. Sin titubear, Jared Diamond respondió que había sido un error convocar un referéndum pues era un asunto “demasiado complejo” para que lo decidiera la gente porque incluía cuestiones económicas que los ciudadanos no podían comprender.

Según Diamond, la manera más eficaz de afrontar un referéndum es estudiar los que se han celebrado en otras partes del mundo, por ejemplo en Wisconsin y California, dos estados que frecuentemente celebran estas consultas, o en Italia, donde ha habido más de 70 desde 1946. “No se debería decidir algo con el 51,9 por ciento de los votos”, concluyó en referencia al brexit, y añadió que en California, los referéndums que tienen consecuencias fiscales de calado necesitan el respaldo de entre el 60% y el 66% de los votantes.

Pero más allá de los referéndums, es la democracia la que está en cuestión debido a la creciente complejidad del mundo y la sociedad. Nuestra formación no nos permite hacernos una idea cabal de las consecuencias de nuestro voto en unas elecciones, ni estamos capacitados para abordar los asuntos que van a desarrollarse durante los siguientes cuatro años. Es verdad que la escolarización es prácticamente universal, y que teóricamente recibimos una educación suficiente para tomar decisiones, pero no es menos cierto que el mundo y la sociedad han adquirido una complejidad gigantesca e inabarcable durante las últimas décadas, y que la velocidad a la que la complejidad avanza es geométrica.

Esto no significa que no se nos deba consultar en cuestiones políticas y económicas, pero sugiere que la complejidad permite una manipulación de los argumentos, como ocurre en los populismos, especialmente cuando se simplifican al máximo para tocar sentimientos y emociones. Los populismos, incluidos los nacionalismos, plantean todo de manera en apariencia sencilla, especialmente cuando utilizan argumentos patrióticos, y da miedo ver cómo están avanzando en Occidente. Los ciudadanos corrientes responden más fácilmente a preguntas sencillas que remueven sus tripas que a preguntas oscuras que reflejan la complejidad que nos rodea.

Es el momento de los líderes carismáticos, de los sofistas y de los embaucadores que seducen a las masas con consignas e ideas elementales. Lo vemos en países de Europa del Este, donde se roza el racismo a menudo, cuando no se cae directamente en él, y también en Catalunya, donde desde 1980 se ha construido cuidadosamente una sociedad sectaria que en los últimos años ha adquirido tintes histéricos que se aprecian cuando se abre casi cualquier periódico local por casi cualquier página, cuando se consulta casi cualquier diario en internet, o cuando se escucha casi cualquier emisora de radio a cualquier hora.

El odio que se observa en la sociedad catalana es tan grave como que para desempeñar un cargo oficial de cierta responsabilidad, o no, se haya de ser nacionalista, lo que nos devuelve a periodos oscuros de la historia. Y todavía más preocupante son los demagogos que presentan el sectarismo como resultado de un incumplimiento democrático por parte del Estado.

La democracia quizá sea el sistema político más avanzado, pero eso no garantiza que pueda resolver todas las demandas de la gente. Al contrario, cuanta más complejidad, más difícil es que pueda hacer frente a los desafíos del mundo y la sociedad. Estamos viendo cómo avanzan en algunas partes sistemas alternativos con una apariencia que se aleja de la democracia tal como se ha experimentado en Occidente. Es posible que asistamos a un cambio de paradigma y que sea erróneo creer que la democracia tal como la conocemos vaya a sostenerse durante mucho más tiempo, una apreciación que muchos países compartieron en el siglo XX.

Cada vez hay más gente que busca gobernantes apasionados, exaltados e intransigentes, y que tanto los líderes como el pueblo compiten por ser más intolerantes. El resultado es una sociedad polarizada. Cuando un periodista preguntó a Jared Diamond si tenía alguna recomendación que hacer a los políticos que habían conducido a los británicos al lío del 'brexit', el historiador respondió que les aconsejaba que se fueran a su casa y dieran paso a otros líderes. En su defensa, los gobernantes británicos podrían alegar cínicamente que ellos se limitan a reflejar los sentimientos y las emociones de la gente.