La clave

Greta y el capitalismo feroz

Su dedo acusador nos sonroja, y eso es lo que nos molesta de ella

Greta Thunberg, en la Cumbre de Madrid

Greta Thunberg, en la Cumbre de Madrid / periodico

Luis Mauri

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Greta no es el primer icono adolescente de la historia. Hay quien traza un paralelismo con Juana de Arco. La francesa guió a su ejército contra Inglaterra en la guerra de los cien años. Capturada tras haber roto el sitio de Orleans y dirigido la campaña del Loira, fue ejecutada en la hoguera en 1431. Greta libra su guerra climática en el fabuloso torrente de electrones del siglo XXI. En este torbellino no hay sangre roja, pero sí piras virtuales. Algunos quisieran verla arder ahí.

Los historiadores difieren sobre si el liderazgo de Juana de Arco fue militar o solo moral. En cualquier caso, las batallas se libraron, la sangre corrió y las plazas se conquistaron. El paralelismo con Greta es chisposo, pero frágil. La niña Thunberg es un icono crecido en las redes sociales, pero sobre todo en las ubres de los medios de comunicación de masas. Hay que admitir esto a todos los efectos. Porque llegará el día en que los mismos medios que la han/hemos elevado a los altares, la sepultarán/sepultaremos en el olvido. Greta es una metáfora hiriente de su tiempo, de este capitalismo sin bozal, feroz, que devora sus productos con la misma aceleración e irresponsabilidad con que los crea.

Pero Greta está aquí. Real o virtual, firme o preludio de juguete roto, la niña Thunberg inspira a una generación mundial que se siente traicionada por sus predecesoras. Desposeída no ya de trabajo, riqueza o paz social, sino del medio indispensable para la vida.

Algunos biempensantes se escandalizan por la presunta utilización de la niña sueca. ¡La privan de escuela los viernes! No se oye tanto escándalo por los niños exiliados los lunes por la sequía en el cuerno de África, los explotados los martes en un taller de Bangladesh, los obligados a combatir los miércoles en el Congo o los violados los jueves en un colegio de Barcelona.

Quizá Greta sea un símbolo vacío. Pero su dedo acusador señala el crimen económico y desnuda la pasividad política. Nos sonroja, y eso es lo que nos molesta de ella. No es poco, niña.