Una operación política en marcha

Insaciable políticamente

El catalanismo centrado, que busca la recuperación del autogobierno reconocido en el Estatut y la Constitución, no puede estar protagonizado por personajes ambiciosos que cambian contínuamente de postura

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J. Nicolás de Salas

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Hace un año aproximadamente Netflix distribuyó una de sus series llamada 'Insaciable' Insaciable'que, según la productora, narra la historia de una joven que se creyó obligada a adelgazar y a empoderarse a golpe de rímel y de vestidos ajustados para obtener la mejor validación masculina. Al parecer hubo más de 230.000 personas que firmaron un manifiesto alegando la toxicidad de la serie al situar la escala de valores de las mujeres en el grado de aceptación de sus cuerpos según el sexo opuesto.

Sirva esta breve referencia a una serie televisiva para comentar otra serie que se está fraguando en nuestra política de hoy, cual 'reality show', y que en definitiva parece encumbrar que todo vale con tal de obtener la aceptación del mayor cuerpo electoral posible.

Hubo una vez un candidato a la alcaldía de Barcelona al que muchos tratamos de encumbrar como el mejor candidato posible. Le alabamos, le consideramos, le recomendamos, y, aun a pesar de su fracaso electoral, reconocimos su éxito político introduciendo prismas desconocidos en la política de alianzas y de sacrificios en pos del siempre deseado bien común. Su épica hazaña (aparentemente sin contraprestaciones) fue amargamente asumida por el teórico poseedor 'in pectore' de la ansiada vara de mando municipal.

Nuestro candidato, curtido en mil batallas anteriores, ha demostrado ser resistente a cualquier envite hasta hoy, que tras cierta calma en la contienda municipal rebrota ambicionándolo todo: el municipio, la autonomía y, por qué no, la nación. No con ganas de hacer política, dice, sino simplemente de ser útil tal y como, insiste, lo fue en su anterior reencarnación (aunque algunos de sus entonces compatriotas lo nieguen).

Señor candidato insaciable

Cualquier ambición es legítima pero si para lucirla se tiene que modificar tu aspecto, como la protagonista de Netflix, adelgazando tus principios y maquillando con rímel aquello que fuiste y ahora no interesa mostrar, está claro que mucho habrá que justificar para defender sin rubor maquillado que sigue siendo bueno el principio de que no todo vale.

No se puede pretender ser un día un catalanista dialogante y abierto al consenso para así conquistar las élites de la ciudadanía barcelonesa (con orgullo el candidato manifestaba su carácter elitista), defendiendo la catalanidad de la urbe para, en la siguiente oportunidad electoral, enmascararse con el rímel de una rígida bandera constitucionalista a la que dice espantarle el diálogo cuando, precisamente por ser de todos, la bandera tiene muchas formas de ser honrada.

Todo vale con tal de obtener la aceptación del mayor cuerpo electoral posible

Esta mutación de sensibilidad saltando, al calor de los desvaríos vividos estos días, de un mensaje a otro huyendo del diálogo con cuantos desean la recuperación de Catalunya y de la Generalitat a través del consenso, no puede más que ser tildada de oportunista ante la debacle del partido naranja recientemente desarbolado. ¿Tenemos que marcar postura y ahora toca ser anticatalanista y radical para sustituir al partido naranja? ¿Dónde está esa voluntad constructiva de tender puentes entre las diversas capitales de España que pregonaba en la pasada contienda municipal? Porque cuando se aspiraba a la vara de mando el diálogo con todas las sensibilidades catalanas integradoras era necesario y hoy, de cara a aventuras más amplias, lo que conviene es arrimarse a esa intransigencia unitaria que parece es lo que más votos vende en las otras Españas.

Señor candidato insaciable: el maquillaje puede servir una vez pero es su contorsionismo y multipresencia en cualquier ámbito de poder lo que vaticina que, usted, el maquillaje no se lo quita nunca, sino que simplemente modifica su máscara.

El catalanismo centrado, integrador, celoso de sus orígenes y defensor de la nación que lo nutre no debe ser defendido por protagonistas a la búsqueda de poder solo preocupados por su faz maquillada. El catalanismo que busca la reconstrucción de Catalunya, la recuperación del pleno autogobierno reconocido en nuestro Estatut y en nuestra Constitución, que encumbra a la nación catalana como crisol de la cultura europea e hispánica, que quiere ver a todos los pueblos de España como cómplices en un proyecto común y no como adversarios, no puede nunca enmascararse con el maquillaje conveniente para, aprovechando el fracaso de otros partidos, mutarse hacia ellos. El deseado catalanismo integrador e ilusionante nunca estará liderado por insaciables que solo buscan ocultar sus ambiciones tras cualquier rímel que disimule más o menos la máscara de turno.