IDEAS

La gran novela de Barcelona

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Miqui Otero

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¿Y si la gran novela de Barcelona, la que mejor explica cómo funciona el dinero aquí, fuera la entrada de Wikipedia de un periodista televisivo?

Hace unos días me asaltó esta idea después de atracar, tras un rato de navegación en internet, en el perfil de Lorenzo Milá, donde se esbozaba superficialmente su árbol genealógico: marqueses, alcaldes de Barcelona, matrimonios que garantizaron la acumulación de capital, fundadores del parque de atracciones del Tibidabo, arquitectos, periodistas, comerciantes ultramarinos.

Estuve a punto de disolver las ganas y entregar las armas, mi trotado ordenador. Nunca podría proyectar una novela tan completa. Pero la pegatina de Balzac que pegué un día en la tapa de mi portátil me miró de reojo y el autor francés pareció decirme, medio en broma, su famosa frase: "Toda fortuna esconde un crimen". Quizás se refería a cómo el dinero, muy a menudo, es como la energía: ni se crea ni se destruye, sino que, en el caso de la alta burguesía barcelonesa, pasa de generación en generación, desde las inversiones en América (esclavismo incluido) hasta nuestros días.

En esta ciudad, por desgracia, casi siempre sabemos de dónde viene todo

Sin embargo, en lugar de tirar mi ordenador, lo que hice fue coger de mi estantería de novedades la recién publicada (y apasionante, sin ironía) autobiografía del diseñador Miguel Milá, tío de Lorenzo, titulada 'Lo esencial. El diseño y otras cosas de la vida'. La abrí y la empecé a leer a la luz de una de sus lámparas, el modelo cesta, que mi chica me regaló en una ocasión muy señalada. Y me puse a imaginar un paseo por la ciudad del protagonista del libro.

Partamos de un supuesto algo inverosímil para plantear que Miguel Milá toma el metro de Barcelona. Considera familiar este vagón: quizás porque Oriol Bohigas le encargó su diseño (que sean blancos por fuera también fue idea suya). Sale por la estación de Passeig de Gràcia y, tras subir unas escaleras y dar unos pasos, aparece delante de La Pedrera. Las decenas de japoneses fotografiando su fachada ondulada no sabotean otro pensamiento familiar (una pista, el edificio se llama Casa Milà): fue un primo hermano de su padre, Perico, el mismo que levantó la plaza de toros Monumental, quien se la encargó a Gaudí. Nuestro protagonista sigue caminando paseo de Gràcia y más pensamientos lo iluminan (no en vano, las farolas más nuevas de la Quinta Avenida barcelonesa las diseñó su hijo, Gonzalo): "Una lámpara está más tiempo apagada que encendida. Debe alumbrar, en ningún caso deslumbrar". Al cabo de un rato, se nota algo fatigado, así que se sienta en un banco de una plaza, modelo neorromántico. "Son cómodos", piensa, y luego añade: "No me quedaron mal". Porque, en efecto, nuestro protagonista también fue el encargado de diseñarlos.

Toma un café en el 'hall' de un hotel, arrellanado en una de las sillas de caña de ratán que dibujó a principios de los sesenta, donde le da por pensar primero en su suegro, que jugaba al polo con Alfonso XIII, y luego en su padre. Este, presidente de la Diputación de Barcelona bajo la mirada de Primo de Rivera, fue el encargado de restituir la Casa de la Caridad. Sigue su paseo hasta la Catedral, que hizo construir el tatarabuelo de Cuqui, esposa de nuestro protagonista.

Entra en una confitería a regalarse un pastelito y piensa en su tío abuelo, pastelero, que fundó la Escuela Massana. Quizás en la tele alguien grite "'els carrers seran sempre nostres'" y Miguel Milá quizás piense en que hace tiempo que no ve en la pantalla a su sobrina, Mercedes.

No sin antes aclarar que, pese al abismo de clase, este tipo nos cae bastante bien y que creemos que tiene mucho talento, lo dejaremos allí, entregado a sus memorias, donde tendrá una de las muchas ideas que aparecen en su libro: "Todo lo que tengo sé de dónde viene". Con esta ciudad, muy a menudo y por desgracia, pasa lo mismo: casi siempre sabemos de dónde viene todo.

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