Las reacciones ante un proceso judicial

Matar a un ruiseñor

Una sentencia justa es aquella en la que, en primer lugar, se han averiguado correctamente los hechos; segundo, se ha aplicado debidamente el derecho; y tercero, se han respetado los derechos procesales de las partes

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Jordi Nieva-Fenoll

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Una mujer blanca denuncia una violación de una persona de raza negra en la época de la más dura segregación racial en EEUU. Hace ya varias décadas que está abolida la esclavitud, pero la población blanca, aunque en su mayor medida no ataca directamente a la población afroamericana, recela de ella instintivamente. Muchos, quizás la mayoría, no reconocerán ser racistas, pero no quieren contacto con las personas de color como lo tienen con los de su raza. Está mal visto. Por ello, la chica, aunque claramente tomó la iniciativa para seducir al afroamericano, miente. No solo a su padre, o a la sociedad, sino a sí misma. Llega un momento en que no puede soportar la idea de haberse sentido atraída por una persona de color. Prefiere, por tanto, que lo condenen a la pena capital. Igual que el resto de la sociedad, esa misma mayoría que no se tiene por racista. Callan. Prefieren al hombre de raza negra muerto. Son todos cómplices de un vulgar -nunca mejor dicho- asesinato. Solo un abogado de raza blanca cree en el reo y lo defiende, poniendo en evidente riesgo su propia vida.

Esas reacciones se ven muchas veces en la sociedad ante un proceso judicial. Las pruebas les son favorables a los acusados. Es obvio que simplemente existe un rechazo social a su personalidad, comportamiento o incluso raza, lo que hasta se puede evidenciar en la diferencia existente en los rasgos, lugares de procedencia y manera de hablar, comportarse o expresarse de jueces y acusados, y por eso es tan sumamente importante que el estamento judicial sea sociológicamente plural, así como la propia composición personal de los tribunales. Pero cuando concurren esas diferencias entre los acusados de la minoría y la masa dominante a la que pertenecen los jueces, se pueden formular contra los reos todo tipo de acusaciones falsas, rematadamente falsas. Pero siempre encontraremos a quien lleve la voz cantante del odio, a quien agite a la población -no siempre coincide con el anterior-, a quien simplemente mire para otro lado, a quien no mira para otro lado pero guarda un silencio entre cobarde y cómplice y a quien, finalmente, defienda al acusado por mucho que le disguste su persona.

El sesgo egocéntrico

Los jueces deberían reprimirse a sí mismos esos instintos de la población, que también sienten, pero demasiadas veces se dejan caer de lleno en ellos. Las razones son solamente de tres tipos. Unas veces obran de tan mala fe como la gente y desean el castigo, sabiendo además que pueden imponerlo aunque en realidad no proceda, pero simplemente desean hacer daño. Otras veces sienten miedo de la sociedad, a la que también pertenecen, y creen que sus círculos de amigos les girarían la cara o directamente les darían la espalda si no dictan la sentencia, habitualmente condenatoria, que su entorno espera. Esos círculos de amigos a veces son sus propios colegas de profesión, que pueden ayudarles para algún ascenso, lo que redobla la presión.

La tercera razón es la peor. Son aquellos que se convencen tantísimo de que el acusado inocente es culpable antes del inicio del proceso, que acaban creyendo firmemente que el delito existe, sin que sea posible convencerles de lo contrario. Padecen del llamado 'sesgo egocéntrico' y creen que todos aquellos que 'tienen razón' opinarán lo mismo que ellos. A partir de ahí, cualquier argumento que se les dé en sentido contrario lo reinterpretarán para seguir manteniendo y confirmando su opinión inicialSe les reconoce fácilmente porque son inmunes a cualquier persuasión. No dudan ni escuchan. Únicamente ven lo que quieren ver, como los muertos de 'El sexto sentido'. Solamente están empecinados en mantener su opinión. Reaccionan muy mal a los pareceres adversos, porque se sienten atacados. En el fondo, actúan como fanáticos.

Si el caso es mediático, esas tres razones se elevan al paroxismo. El problema es que esas sentencias claramente erróneas son percibidas como justas fácilmente en el proceso penal cuando la pena y el delito se corresponden con los que quería por simple instinto la sociedad, al margen de cualquier análisis técnico y mucho menos probatorio. Sin embargo, la sentencia justa es algo muy diferente. Es una sentencia en la que, primero, se han averiguado correctamente los hechos; segundo, se ha aplicado debidamente el derecho; y, tercero, se han respetado los derechos procesales de las partes. Es decir, que 'sentencia justa' no es la que le gusta a la sociedad, sino solamente la que tiene esos tres elementos. Y todo el mundo debería saberlo antes de gritar, la próxima vez, “injusticia”.