El conflicto catalán

Torra no nos sale gratis

En un momento en que muchos actores están intentando volver la disputa catalana a la política, el 'president' actúa para dinamitar estos intentos y volver a incendiar

Ilustración de María Titos

Ilustración de María Titos / periodico

Paola Lo Cascio

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En el verano del 2018 hizo cierto ruido la noticia de que el 'president' de la Generalitat se había subido el sueldo, convirtiéndose en uno de los cargos públicos mejor pagados de todo el Estado. Después decidió dar una parte de ese incremento a algunas organizaciones benéficas (concretamente a una organización en favor de las personas refugiadas, a otra que trabaja en temas de discapacitadas y también a una entidad de apoyo a los políticos presos o desplazados en el extranjero), pero igualmente sus emolumentos mensuales siguieron constituyendo un elemento como mínimo poco estético, en la medida en que los trabajadores funcionarios tardarían mucho en recuperar las pagas de antes de la crisis. En este sentido, no hubo voluntad de practicar con el ejemplo, máxime cuando su actividad de gobierno ha sido absolutamente escasa.

Y sin embargo, y fuera de toda polémica de corto alcance sobre los sueldos de los políticos, parece que el precio más alto de tener a Quim Torra como presidente de la Generalitat no se debería medir en euros.

Repasando su trayectoria como 'president', hay más indicios de que cada día que pasa se incrementa más el coste material e inmaterial de que siga al frente.

Empezando por las polémicas que rodearon su designación. No tanto o no solo por su declarada voluntad de ser 'vicario' de Puigdemont (una circunstancia que de entrada cercena su autonomía), sino por los escritos que le hicieron famoso, en los cuales demostraba tics hispanófobos (y, por lo tanto, técnicamente xenófobos). En este sentido no valen las justificaciones de que estarían sacados de contexto. La producción, en medios digitales y en redes, es abundante. No se trata de un traspié momentáneo (a pacto que existan), sino de una línea argumentativa que se repite a lo largo del tiempo.

Se puede seguir con la defensa de la “vía eslovena” que hizo públicamente y que en definitiva no quiso rectificar. Uno de los consensos más claros entre políticos y comentaristas –al menos en Catalunya-, había sido el de no hacer comparaciones con la vicisitud yugoslava: no únicamente para no comparar cosas que no eran comparables, sino también para no introducir lenguaje bélico hablando de la situación catalana.

Impresentable fue su actitud delante de los episodios de violencia que se vivieron en una parte de las movilizaciones que respondieron a la sentencia del 1-O. La tardanza en condenar y la mefistofélica insinuación de que pueda haber violencias que son menos violencias que otras, según quienes las practiquen, chocó a sectores muy diversos de la sociedad catalana que incluso habían manifestado su rechazo a la sentencia.

También –y saltando muchos episodios que aquí no pueden ser reseñados por razones de espacio-, se tiene que mencionar su actuación en el juiciojuicio que lo ha encausado por haber violado las normas electorales manteniendo lazos y pancartas en edificios públicos durante la campaña. Aquí también: no es el lugar para entrar en los detalles de ese juicio pero sí para recordar que, aun teniendo diferentes opciones a la hora de argumentar su defensa, se decantó por declarar que consideraba la orden de la JEC como ilegal, ya que este “no es un órgano superior” a la Presidencia de la Generalitat. Es tanto como insinuar que el consenso (en este caso, además únicamente parlamentario) está por encima de las previsiones legales. El argumento no es nuevo: a lo largo de toda la primera década de los años 2000 fue recurrente en las declaraciones de un político como Berlusconi, por ejemplo.

La demostración definitiva vino con las declaraciones en las redes de los últimos días, en las cuales recomendaba leer un ensayo sobre la desobediencia civil y alentaba el independentismo a polarizar drásticamente la situación política y social como forma de seguir su lucha, escalando la tensión y asumiendo sacrificios. En otras palabras, y en un momento en que muchos actores, y de muy diferente procedencia, están intentando volver la disputa catalana a la política, sosegar la situación y apostar por la recomposición de las divisiones en la sociedad catalana, Quim Torra actúa para dinamitar estos intentos y volver a incendiar.

Las razones del porqué pueden ser muchas: convicción, táctica, voluntad de presionar  a otros actores. Sean cuales sean no importan: no hay nada que pueda justificar el verdadero precio que se está pagando día tras día por mantener a Quim Torra al frente de la Generalitat, y que no es otro que una degradación gravísima de unas instituciones de autogobierno que son de toda la ciudadanía de Catalunya.