Festejar la vida
Un Día de Acción de Gracias laico
Si no sabemos apreciar por qué luchamos verdaderamente quedaremos a merced de las falsas promesas de felicidad de tiranos y vendedores de humo
Estuve en una cena de Acción de Gracias. Cada año la organiza mi amigo Shawn Stoker, y nos reúne en torno a una mesa -¿qué celebración importante no se hace así?- para festejar, esencialmente, la vida. No es, propiamente, una fiesta de exaltación de la amistad, no todos los asistentes nos conocemos, y a menudo la relación se aviva solo por el tenue fuego de este reencuentro periódico. Pero, al menos a mí, me parece una de las citas del año. A la celebración americana (porque no solo los estadounidenses la hacen, sino también los canadienses) se le pueden poner todos los 'peros' del mundo: en origen era el modo de reunir a las familias y agradecer a Dios la primera cosecha de los colonos en el Nuevo Continente, lo que es problemático por muchas razones. Sin embargo, en nuestra Acción de Gracias laica y voluntaria, al final de la deliciosa cena -deliciosa para todos menos para el pavo, claro- por turnos cada uno de los asistentes se levanta y hace un brindis a todo aquello que agradece de lo sucedido durante el año. Entre los brindis de este año, se habló bastante de salud (desde “mi mujer ha superado un cáncer” hasta “ya puedo volver a beber”), familia, y resistencia ante la adversidad (“estoy saliendo de la depresión”), pero también sobre logros personales (“he escrito mi primera novela”).
Existen bastantes estudios que indican que la gratitud tiene una relación directa con la felicidad. En un mundo desagradecido, la capacidad de recordarnos a nosotros mismos que tenemos cosas que nos hacen felices es importante. Esto no significa que debamos caer en la resignación ante aquello que no nos gusta de nuestra sociedad o de nuestro entorno, o callar ante las injusticias; pero si no sabemos apreciar por qué luchamos verdaderamente quedaremos a merced de las falsas promesas de felicidad de tiranos y vendedores de humo. Por eso, antes de decidir con qué llenar un vaso que vemos medio vacío es importante de vez en cuando fijarse en el propio vaso, y levantarlo para recordar el peso y la fragilidad de nuestras vidas.
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