Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA

Juan Carlos Ortega

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El niño y la bestia

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Vamos a empezar haciendo una simple suma cuyo resultado será espectacular. Vayan ustedes añadiendo en su cabeza todo lo que yo les diga: un violín. La cosa empieza bien, ¿verdad? Pues sumen ustedes una viola. Ya tienen dos instrumentos de cuerda que, combinados, pueden ofrecer resultados magníficos. Pero sigamos con la suma. Ahora pongan también un piano. Con estos tres instrumentos la cosa puede ser una maravilla. Ahora, a todo ello, sumemos un contrabajo, y un clarinete, y un corno inglés.

Tenemos, por el momento, cinco instrumentos. La combinación de ellos, si se hace con talento, puede ser gloriosa, pero la suma que yo les propongo incluye algo más: un texto perfecto escrito por una mujer inteligentísima en el que se nos habla de la infancia de su padre.

Seis grandes elementos unidos. Cinco instrumentos sonando maravillosamente bien mientras escuchamos un texto extraordinario. Pero aún falta lo más importante en esta suma: la persona que va a leer ese texto, que además es su autora, y cuyo nombre es Elvira Lindo.

Fui a verla el martes pasado y me emocioné. Elvira, en un atril, al lado de una jarra de agua y un vaso. Tras ella, los músicos, creando la banda sonora a sus palabras. Elvira nos hablaba de Manuel Lindo, su padre, y lo hacía con tanta inteligencia, con tanta bondad y dulzura, que todos los asistentes al Teatro Fernán Gómez de Madrid supimos que asistíamos a uno de esos espectáculos que se disfrutan muy pocas veces en la vida.

Mientras miraba a
Elvira Lindo, deseé
que, en un futuro 
lejano, alguien le 
hiciera a mi hijo el 
regalo que ella le 
hacía a su padre

No les contaré gran cosa del contenido, porque, de verdad, han de ir ustedes a ver a Elvira Lindo. Solo decirles una cosa, algo que me pasó mientras la miraba y la escuchaba. Al describir a su padre siendo niño, y al hacerlo de un modo tan presente, no pude evitar pensar yo en el niño que más presente tengo: mi hijo, de 11 años, una edad similar a la que el padre de Elvira tenía en el relato que nos contaba.

Pensaba en Ulises, mi hijo, mientras ella hablaba de Manuel, y deseé con todas mis fuerzas que, dentro de muchos años, muchísimos, alguien le hiciera a mi hijo el regalo precioso que Elvira le estaba haciendo a su padre.

Mientras miraba a Elvira pensé, por tanto, en mi futuro nieto, y en lo extraordinario que sería que esa persona que todavía no ha nacido le escribiera algún día a mi hijo algo tan bonito. Convertir a un padre en un niño es, tal vez, la mayor muestra de comprensión imaginable. Y Elvira Lindo lo ha conseguido, porque ella es capaz de imaginarlo todo.

No sé en quién pensaban las personas que, en el teatro, me rodeaban el martes pasado. Muchos en sus padres, imagino. Otros en sus propias vidas. Yo pensé en mi hijo y en un lejanísimo regalo del suyo.

Elvira Lindo estará en el Teatro Fernán Gómez de Madrid hasta el 15 de diciembre. Vayan, de verdad, y mientras la miran y la escuchan, a ella y a la música, piensen en quien quieran. Algo extraordinario les va a ocurrir. 

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