Nuevos hábitos de consumo

La rentabilidad del individualismo

El mensaje de moda radica en mirarse el propio ombligo y en el 'yo me merezco ser feliz', que no estaría mal si realmente esa búsqueda de la felicidad no se sustentara en la materialidad

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Isabel Llanos

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En la persecución de la felicidad inherente al ser humano hay muchas conductas de evitación. Darle esquinazo a la soledad no buscada es una de ellas. Y el capitalismo lo sabe, así que, amparado en el consumo, enarbola toda suerte de interesantes e imprescindibles distracciones que perpetúan el estado solitario en un círculo vicioso irrefrenable.

Es obvio que, si estamos satisfechos, necesitaremos menos elementos externos, materiales o inmateriales. Menos enseres y experiencias gratificantes porque, entonces, la vida ya será gratificante en sí misma. Así que se trata, pues, de vanagloriar el yo me lo guiso yo me lo como y el "únicamente me necesito a mí mismo" de la solteronería o fenómeno 'single', porque en ello encuentran justificación las numerosas apps y webs de contactos, la proliferación del sexo de pago como garantía de cobertura de las necesidades fisiológicas, y quién sabe si también emocionales, y otras evidencias similares.

Pero con el individualismo también aumenta la rentabilidad de alquileres porque las demandas se multiplican, si el usuario se puede permitir renunciar a pisos compartidos, aunque, en todo caso, nunca renunciará a viajes 'low cost', subir sus vibrantes experiencias a las redes en modo 'foodie', explorador mochilero, temerarios deportes de acción o sanísimos 'lifestyle'. La cuestión es mostrar la felicidad proyectada no en lo que somos, sino en lo que nos gustaría ser: toda esta suerte de consumo de elementos que han sido estratégicamente diseñados para focalizar nuestra atención fuera en vez de dentro y, sobre todo, en elementos que podemos controlar desde una cuenta corriente.

Intolerancia a la frustración

Los sentimientos, las personas, esas no son domesticables a golpe de talonario y conllevan incontrolables riesgos emocionales para los que sobrevivimos en una sociedad que inventó las tarjetas de crédito como remedio a la intolerancia a la frustración que supone no poder satisfacer al momento las necesidades generadas por esos deseos maquiavélicamente dirigidos. El mensaje de moda radica en mirarse el propio ombligo, y en el “yo me merezco ser feliz”, que no estaría mal si realmente esa búsqueda de la felicidad no se sustentara en la materialidad.

La publicidad ya lo reflejó en las navidades pasadas en multitud de espots que ponían el foco, como siempre, en la emocionalidad. Este año aparece como regalo estrella un juego de cartas de mesa que ¡fomenta el diálogo! Y de nuevo lo adquiriremos, como otro bien más, proyectando en el minúsculo objeto el deseo no formulado de emular aquellos encuentros entre familiares y amigos donde había verdadero interés y escucha, apoyo y compromiso: ningún móvil sobre la mesa en la cena, la TV de fondo no emborronaba las charlas y los niños no aprendían que las largas listas de juguetes y regalos nunca sustituyen un abrazo.

Lo mejor es no pensar. No conocemos al que tenemos al lado, al familiar, al amigo, a la pareja… pero, lo que es más terrible, no nos conocemos a nosotros mismos.