Opinión | Editorial

El Periódico
Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hong Kong, un desafío para China

La crisis no tiene una salida fácil: el régimen no puede mostrarse débil ni dejar que se enquiste la situación

Manifestantes antigubernamentales participan en un 'flashmob' en un centro comercial de Hong Kong, este martes.

Manifestantes antigubernamentales participan en un 'flashmob' en un centro comercial de Hong Kong, este martes. / periodico

La rotunda victoria obtenida por los candidatos de la oposición en las elecciones locales celebradas en Hong Kong consagra el estado de crisis permanente que zarandea la economía del territorio desde hace seis meses, refleja la debilidad extrema de Carrie Lam, jefa de Gobierno, y traduce la división política de una sociedad que nunca antes dio muestras de descontento de tal magnitud, ni siquiera durante el episodio de los 'paraguas amarillos'. Al mismo tiempo, obliga al Gobierno de China a afrontar una situación para la que carece de experiencia y precedentes, habida cuenta de la lejanía de la revuelta de Tiananmen (1989), de los cambios en el ecosistema social chino y de la necesidad del presidente Xi Jinping de forjarse una imagen de líder global.

Nadie supo prever, ni en Hong Kong ni en Pekín, que las contradicciones entre un sistema relativamente democrático, el de la excolonia británica, y el de partido único debían manifestarse a poco que surgieran discrepancias entre la calle y las autoridades hongkonesas, tuteladas por el Gobierno chino. Menos aún: nadie supo avizorar una protesta popular con el grado de violencia de los últimos meses, que conlleva algo más que la simple impugnación del régimen transitorio hongkonés hasta el año 2030. La torpeza manifiesta de la jefa de Gobierno para encauzar la crisis provocada por ella misma con una ley de extradición hizo salir el genio de la lámpara y es muy difícil que la sublevación remita si es Carrie Lam quien debe serenar los ánimos: ni la aceptan los manifestantes ni parece contar con mucho más que con un apoyo de rutina de Pekín.

Es inimaginable que las autoridades chinas acepten dialogar una salida a la crisis que emita señales de debilidad. Es posible esperar alguna concesión, pero no entra en sus cálculos transigir en la liberación de los detenidos durante las protestas y aún menos aceptar la transformación del régimen de Hong Kong en uno deliberativo, basado en el sufragio universal y el control del Ejecutivo por un Parlamento independiente. El régimen chino es de partido único, nunca se expondrá a abrir la caja de Pandora del pluralismo y de los derechos humanos, y menos correrá el riesgo de hacer de Hong Kong una referencia para la disidencia interna, por minoritaria que esta sea.

Al mismo tiempo, China no puede aceptar un enquistamiento de la crisis y menos consentir que se convierta en actualidad permanente en los noticiarios de Occidente. La segunda economía del mundo no quiere aparecer como aquella incapaz de rescatar las finanzas de Hong Kong de la recesión, incluso aceptando que los sucesos de estos últimos meses han sido especialmente beneficiosos para los negocios en Shanghái y que su Bolsa ha sido el destino elegido por muchos inversores que buscaron refugio lejos de la calle en ascuas. Pero reducir la crisis a su repercusión económica es simplificar el problema: tan importante o más es el efecto que puede llegar a tener en la consolidación de China como superpotencia mundial adaptada a los desafíos propios de complejas sociedades modernas.