El pacto de la izquierda
¿Última oportunidad?
Hay sólidos argumentos, sociales y de articulación territorial, que harían deseable un Gobierno de PSOE y UP
Josep Oliver Alonso
Catedrático de Economía Aplicada (UAB) y codirector de EuropeG.
Josep Oliver Alonso
El momento de la verdad se acerca. Pronto sabremos si el PSOE y UP pueden echar a andar, superando las poderosas fuerzas que se oponen a la coalición. A pesar de ellas, y más allá de los legítimos intereses partidarios, hay sólidos argumentos, sociales y de articulación territorial, que harían deseable un gobierno de ese corte.
En lo social, los que se oponen harían bien en tentarse la ropa. Un viento huracanado recorre Occidente, anunciando que las democracias liberales se encaminan a su ocaso, un diagnóstico que tiene mucho de verdad por la impotencia de las élites en ofrecer propuestas que pongan freno a los populismos. Con ello no hacen sino reflejar su incapacidad para afectar a sus intereses, porque la única forma de combatir el autoritarismo y el protofascismo que emerge es la de avanzar hacia una nueva redistribución de los beneficios del crecimiento. Nada que no fuera ya conocido: es lo que se vivió en Occidente en los 30 años siguientes a la segunda guerra mundial, cuando el neoliberalismo todavía no dominaba.
Recaída en los ajustes
Ello exige, entre otros aspectos, una política fiscal y de gasto favorable a la redistribución, la intervención en ciertos mercados, el control de los peores efectos de la globalización y una inmigración compatible con su integración. Son las políticas de las últimas décadas en estos ámbitos las que han hecho recaer todos los ajustes en los colectivos situados en la parte media y media/baja de la distribución del ingreso, la base material del ascenso populista. Y ¿quién podría avanzar en una nueva dirección? Con todas sus dificultades, el pacto PSOE-UP aparece como la mejor opción.
Esta sería también la más favorable si se atiende al conflicto territorial, aunque hay que añadir la presencia de más fuerzas en contra: los sectores del independentismo catalán y del nacionalismo español partidarios del cuanto peor mejor. Y aunque es cierto que los más radicales son un obstáculo a cualquier solución, a estas alturas de la película del choque Catalunya-España, y tras casi 10 años de la malhadada sentencia del Constitucional sobre el Estatut, no es aceptable la ingenuidad: incluso en la hipótesis de avances en el diálogo, sea este el que sea, tarde o temprano habrá que hablar de competencias y de dinero. Y ahí los obstáculos que se alzarán desde el resto de España son, simplemente, formidables. Se opondrán con fuerza las mismas élites políticas que no pusieron freno a la expansión de la deuda, ni han sido capaces de proponer soluciones frente a los embates de la globalización, el cambio técnico o el envejecimiento. En suma, aunque el Gobierno eche a andar, nada asegura su capacidad para ofrecer un nuevo encaje de Catalunya con España.
Dificultades notables en avanzar hacia un mayor equilibrio social y quizá insalvables si se trata de solucionar el conflicto territorial. Un descorazonador paisaje que solo puede explicarse por la frivolidad, la pura incapacidad o la defensa a ultranza de inconfesables intereses por parte de los que se oponen a abordar otras políticas.
El impulso es determinante
Y no se trata solo de no ofrecer remedios. Con esa dura oposición al pacto PSOE-UP, se está afectando quizá de forma definitiva a la nueva dinámica que quiere una parte no menor del país. Y, ya saben, el impulso es determinante para el éxito de cualquier empresa, como bien conocían los clásicos. En el 'Julio César' de Shakespeare, Bruto propone a Casio atacar sin demora a Octavio y Marco Antonio, aprovechando la inercia generada por la acumulación de sus fuerzas. De no hacerlo, apunta Bruto, su empuje irá debilitándose mientras el del enemigo continuará aumentando. Algo parecido, pero referido a procesos históricos más dilatados, sugería el historiador griego Diodorus Suculus para dar razón de la victoria romana en las guerras púnicas: Cartago había ya superado la época de máximo esplendor, mientras Roma todavía estaba en su ascenso.
Cierto que nuestra situación no es ni la de Bruto ni la de Roma. Pero el deseo de cambio es más que perceptible. Por ello, y sin ninguna particular esperanza en el éxito de un Gobierno PSOE-UP, se les debería dar una oportunidad. Nos la deberíamos dar todos, aprovechando esa marea todavía creciente. Porque el tiempo no corre a favor de soluciones razonables a problemas tan severos: todos los signos apuntan a crecientes tensiones, sociales y territoriales, de muy difícil gestión. Quizás las posibilidades que hoy se entreven no vuelvan a aparecer. Si es así, mañana no lloren por la leche derramada. ¿Momento de la verdad? Así lo parece.
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