Dos miradas

Placas, individuos

Cuando se quita, no se quita solo una placa. No es solo un intento de limpieza y olvido, sino una voluntad de disolución del individuo

Las placas que recordaban a las víctimas del franquismo

Las placas que recordaban a las víctimas del franquismo / periodico

Josep Maria Fonalleras

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Es imposible olvidar la experiencia de haber estado en las Fosas Ardeatinas, aquella cueva, en las afueras de Roma, donde fueron asesinados 335 italianos como revancha de los nazis ("que haga temblar al mundo", dijo Hitler) por un atentado de los partisanos. Como escribió el historiador Alessandro Portelli, "es la historia de cómo la ciudad ha probado de digerir el sentido de una muerte masiva que es también la muerte individual de cada una de las personas". Entrar en la sala donde están las tumbas de los 335 asesinados, el techo bajo, la luz tenue, es como hacerlo en una especie de basílica del dolor y el respeto. No sales indemne.

Lo pensaba mientras leía como el PP, en el Ayuntamiento de Madrid, ha hecho destrozar las placas que se agarraban a la piedra granítica del memorial de los fusilados por el franquismo en el cementerio de la Almudena. Los nombres, los detalles, la muerte individual, la dignidad personificada. Cuando se coloca una placa, se evoca a la víctima: adquiere así la relevancia del recuerdo más allá del magma colectivo. Cuando se quita, no se quita solo una placa. No es solo un intento de limpieza y olvido, sino una voluntad de disolución del individuo.