A pie de calle

Las calles deberían ser nuestras

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Rafael Pradas

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'Els carrers sempre seran nostres'. El mantra del independentismo debería ser verdad. Pero no solo 'nostres', de 'los nuestros' sino 'nostres' de todos. De nosotros, vosotros, ellos.

La calle, el espacio público (también plazas, jardines, ámbitos comunes, abiertos…) debe estar al servicio de toda la comunidad. Como lugar en que se exhibe la diversidad política y social para reivindicar o protestar, ejerciendo el derecho a la libertad de expresión o de manifestación, y sobre todo como ámbito de relación y de encuentro, eso que se muestra claramente en las pequeñas comunidades, en los pueblos y en los barrios, donde el trato personal es tan importante. Hablar, discutir, intercambiar, pasear, jugar, pensar, descansar, observar, moverse… la cantidad de verbos que pueden conjugarse en torno al espacio público.

El menos acertado de todos los verbos posibles es monopolizar. El uso de la vía pública, circular libremente, es característica fundamental de la ciudad que, por definición, es suma de intereses diversos y complejos. La calle es de todos y es de nadie. En cualquier caso la avenida Meridiana, la Diagonal, el paseo de Gràcia o la plaza de la Universitat pertenecen a todos los barceloneses. En eso consiste la 'neutralidad' de la calle.

La tentación de apoderarse del espacio público, que en una aglomeración urbana densa no deja de ser un bien escaso, va más allá de unos u otros manifestantes. Es el caso de los vendedores ambulantes, el 'top manta', pero también de las riadas turísticas en algunos barrios (pienso en los alrededores de la Sagrada Família) que pervierten el uso razonablemente colectivo de calles y plazas. El caso extremo se da cuando algunas plazas o parques están 'dominados' por grupos más o menos marginales.  

El ideal del espacio público como ámbito ciudadano compartido está aún lejos de alcanzarse. Un ejemplo más: las terrazas de los bares tienen sentido en una ciudad mediterránea como Barcelona, pero un exceso privatiza en la práctica el uso de calles o plazas y como muestra el botón de la barcelonesa Rambla de Catalunya. En cualquier caso, las terrazas privadas necesitan el complemento de bancos públicos gratuitos.

No me olvido de patines, patinetes o bicicletas y otros mecanismos móviles que no contaminan pero invaden abusivamente las aceras poniendo en peligro en muchas ocasiones la integridad física de los peatones. Ni de la gran cuestión central: de cómo se organiza y se garantiza la movilidad de las personas y de los bienes, es decir la actividad económica, y a la vez se asegura la sostenibilidad, se protege la salud y la seguridad de los ciudadanos. Debemos vivir con los automóviles pero las calles no pueden ser sólo aparcamientos ni autopistas. Las supermanzanas, la zona de bajas emisiones y la apuesta por el transporte público van en la buena dirección

Al margen de la coyuntura política, la defensa del espacio público no es una cuestión barcelonesa sino de todas las grandes ciudades. Las calles deben ser siempre nuestras, sí.