¿Qué Casado, Pablo?

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José Luis Sastre

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En ocasiones, uno madura de pronto y a la fuerza, porque no le queda más remedio. Se vive feliz en la juventud hasta que la vida te pone ante las decisiones relevantes: que si subir o bajar impuestos, si gaviota o charrán o el tipo de derecha que quieres ser, que es lo que le toca escoger a Pablo Casado. Eso es lo que tiene entre manos el líder del PP, más allá incluso de lo que vote en una eventual investidura de Pedro Sánchez. Habrá de decidir qué partido quiere que sea el suyo, si uno centrado a semejanza de la CDU alemana u otro que resulte sugerente a los votantes que se fueron a Vox. O Angela Merkel Boris JohnsonPablo. Podría tratar de ser ambas cosas a la vez, como le pide José María Aznar, pero en tiempos de polarización alta, tan del gusto de Aznar, resultaría igual de complicado como eso que le promete Sánchez a Bruselas de aumentar el gasto social y ajustar el presupuesto. 

Casado tiene que elegir, en el fondo, entre todos los Casados que ha sido, si busca identificarse con el político duro que obtuvo la peor cota electoral en la historia del PP o con este más centrado, y barbado, que ha remontado el vuelo. Afeitarse o no, Pablo; aunque se diría que ha tomado ya la decisión: la barba se la deja porque le permite aparentar. Ofrece al PSOE su apoyo para que salgan los consensos de país que nunca salen pese a que en realidad descarta facilitar su investidura, porque si la facilita no podrá repetir a lo largo de la legislatura que Sánchez es presidente gracias a los independentistas. 

También descarta aislar a la extrema derecha en el Congreso, porque en ese asunto Casado sabe lo que quiere ser: no quiere ser como Merkel. Y aquí está él, en fin, en pleno cruce entre lo que dice y lo que hace, entre el interés de partido y el del país. Si de verdad cree, como sostiene, que España no puede ir a terceras elecciones, no tendría mucho dilema la cosa, según le recuerdan algunos de sus compañeros de siglas y según le recuerda su propia hemeroteca, con todo lo que insistió el PP al PSOE para que se abstuviera en la investidura de Mariano Rajoy

Pero abstenerse tiene un riesgo que Casado conoce bien. Si es él quien facilita la investidura socialista -más aún si es de una coalición con Pablo Iglesias-, Santiago Abascal cabalgaría como si fuera el líder de la oposición de facto mientras, entre veto y veto, proclamaría que sólo Vox frena al totalitarismo progre y esas frases que rescata de los años 30. Esa sería la verdadera prueba de madurez para Pablo Casado, la alternativa que exhibiría si aprovechase la circunstancia para demostrar que existe una manera de hacer oposición que ni exagera la realidad ni despierta nuevos odios, sino que está a la altura de la responsabilidad de Estado que exige a los demás.

Esa madurez política, entonces, no se medirá en función de la relación que tenga el PP con el PSOE ni el PP con Unidas Podemos, sino en función de la distancia o la complicidad que guarde el PP con la extrema derecha. Ese era el dilema, Pablo, si ser Casado o un remedo de Abascal a su rebufo.