LA CLAVE

Ellos crecen, nosotros envejecemos

No tengo con quién ir a ver 'Frozen 2'. Mis hijos de 11 y 9 años han decidido que no quieren ir a verla, que son demasiado mayores

Elsa, en un fotograma de 'Frozen II'

Elsa, en un fotograma de 'Frozen II'

JOAN CAÑETE BAYLE

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No tengo con quién ir a ver ‘Frozen 2’. Mis hijos de 11 y 9 años han decidido que no quieren ir a verla, que son demasiado mayores para este tipo de películas. ‘Frozen’ fue la primera película que el mayor vio en el cine. Para la pequeña, fue esa peli que los niños ven en bucle una y otra vez, sin descanso. En casa cantamos durante años el ‘Let It go’, lo aprendimos en varias lenguas e infinidad de versiones. Nos disfrazamos de Elsa y Ana, hicimos puzzles de Olaf y el tontorrón de Kristof, los dibujamos y coloreamos en decenas de cuadernillos y folios sueltos. Ahora parece que eso lo hicieron unos extraños, otras personas, con esa dureza con la que los niños miran hacia atrás durante la infancia, cuando eran “pequeños”. 

Durante años, he disfrutado con mis hijos de grandes películas de animación, de 'Frozen' a 'Zootropolis', de 'Canta' a la trilogía de Gru, de 'Big Hero 6' a 'Vaiana'. Mención aparte merecen las maravillas de Pixar, pocas veces he visto un cine aguantando las lágrimas como cuando en 'Del revés' el amigo invisible de Riley, Bing Bong, se desvanece de la memoria de la niña y, junto a él, se va para no volver la infancia de la portagonista. Lágrimas de los padres, claro, los niños se lo pasaban pipa.

Poco a poco, día a día, Bing Bong, y Elsa, y Gru, y Beimax, y Rayo McQueen, van desapareciendo de las mentes, los corazones y las paredes de las habitaciones de los hijos, hasta que un día los reemplazan las máscaras de La Casa de Papel, Groot de los Guardianes de la Galaxia, el “Fucking Money man” de Rosalía  y mañana, Dios dirá. No es bueno ni malo, es lo que hay, nosotros hicimos lo mismo, ¿dónde quedan D’Artagnan y Willy Fogg? Sus cenizas reposan en el mismo lugar que las de Bing Bong.

Lo cantó Serrat

Igual que hoy hay pre y post adolescencia, igual que el síndrome de Peter Pan se extiende hasta bien entrada la treintena, igual que dicen que los cuarenta son los nuevos veinte, igual que el retro 80 es un pingüe negocio, de la misma forma podría haber sesiones golfas de pelis infantiles para padres aquejados del pre síndrome del nido vacío. Todos lo sabemos, ya lo cantó Serrat (“Nada ni nadie puede impedir que sufran, que las agujas avancen en el reloj, que decidan por ellos, que se equivoquen, que crezcan y que un día nos digan adiós”), pero una cosa es saberlo y otra asumirlo. Porque mientras ellos crecen, nosotros envejecemos.