análisis
El 'quid' de la cuestión
Sondland no es alto funcionario ni diplomático de carrera, es un rico empresario al que Trump nombró embajador de Estados Unidos ante la Unión Europea por haber contribuido con un millón de dólares al comité inaugural del presidente.
Rosa Massagué
Periodista
Rosa Massagué
Durante los prolegómenos de la campaña electoral del 2016, antes del caucus republicano de Iowa, el aspirante Donald Trump se lanzó al despropósito verbal diciendo: “Podría estar parado en medio de la Quinta Avenida, disparar a alguien y no perdería ni un voto”, y lo dijo simulando apretar el gatillo de una inexistente arma. A las puertas de otra campaña para la Casa Blanca Trump podría repetir la frase (a los de la Asociación Nacional del Rifle les encantaría). Es muy capaz, pero ¿seguro que no perdería ni un voto? La realidad apunta a que ya los va perdiendo. No él directamente, pero sí su partido y también políticos que han contado con el apoyo personal del presidente.
El humor de la gente, esta cosa tan indefinible, tan inmaterial y por tanto, de aritmética imposible, pero tan real, está cambiando. Lo demostraron las elecciones en varios estados el pasado 5 de noviembre. Los republicanos perdieron las dos cámaras del legislativo de Virginia que los demócratas recuperaron después de dos décadas, así como el cargo de gobernador en Kentucky pese a que Trump hizo campaña a favor del republicano que resultó perdedor. También en Pensilvania los demócratas arrebataron varios condados a los republicanos.
Aquellas no eran unas elecciones sobre Trump, pero sí tenían un aire a plebiscito (como lo habían tenido las de mitad de mandato del 2018) y el resultado no es halagador para el presidente porque recoge el cambio de humor que ya detectó el Partido Demócrata para lanzarse a una operación política de gran envergadura y final incierto como es el 'impeachment' del presidente. Las audiencias del proceso en el Congreso, ahora públicas tras unas primeras sesiones a puerta cerrada, van sumando testimonios que confirman las sospechas de obstruccionismo del que se le acusa.
Ayudas militares
Si el número de comparecientes es importante, lo es más todavía la responsabilidad y el perfil de los mismos. Y ayer hubo pesca de altura. Gordon Sondland fue claro en sus declaraciones en las que dijo que fue el presidente quien ordenó presionar al Gobierno ucraniano y que a cambio habría ayudas militares. Un 'quid pro quo' en palabras del embajador para definir un intercambio de una cosa por otra, aunque en realidad se trate de un 'do ut des', que equivale al te doy para que me des.
Latines al margen, lo que Sondland declaró tiene una especial relevancia. Ciertamente por las palabras dichas sobre Trump y sobre el vicepresidente Mike Pence y el secretario de Estado Mike Pompeo, pero muy significativamente por la personalidad del testigo. Sondland no es alto funcionario ni diplomático de carrera. Es un rico empresario al que Trump nombró embajador de Estados Unidos ante la Unión Europea por haber contribuido con un millón de dólares al comité inaugural del presidente. O el embajador ya habrá sacado rendimiento a aquella inversión o, como cantaba el Nobel Bob Dylan, los tiempos están cambiando. Y no lo hacen a favor de Trump. Este es el 'quid' de la cuestión que llevará a los estadounidenses a las urnas el próximo mes de noviembre.
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