Relaciones internacionales

Putin, el espía que resucitó a Rusia

Después de que el hundimiento de la Unión Soviética lo dejara sumido en la ruina, el 'zar' Putin ha vuelto a convertir su país en un actor fundamental de la geopolítica del siglo XXI

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Georgina Higueras

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Vladimir Putin escudriña como nadie las debilidades de Occidente. En pacientes y audaces jugadas ha resucitado el alma imperial de Rusia y extendido su influencia por el planeta. Espía del KGB durante 16 años, según su biografía oficial, el presidente ruso avanza sus peones en cada paso en falso de su homólogo estadounidense y ocupa los agujeros dejados por Donald Trump en Oriente Próximo, África, Asia, Europa e incluso en América Latina.

Castigada por Occidente con fuertes sanciones económicas por su anexión de Crimea en 2014, Rusia ha hecho de su travesía del desierto el escenario desde el que construir alianzas, reforzar su Ejército, emplear las nuevas tecnologías para desplegar su propaganda e impulsar sus ventas de petróleo, gas y armas; los tres pilares de su comercio. Después de que el hundimiento de la Unión Soviética lo dejara sumido en la ruina, el zar Putin ha vuelto a convertir su país en un actor fundamental de la geopolítica del siglo XXI.

El pacto con Ankara

La jugada más asombrosa es la que ha situado a Rusia como gran mentor de la guerra siria. Moscú y Ankara han alcanzado un acuerdo por el que tropas rusas patrullan junto con turcas, que por ende son tropas de la OTAN, por una zona de 10 kilómetros de profundidad a lo largo de la frontera entre Turquía y Siria. El pacto defiende la unidad territorial de Siria, facilita la reubicación de millones de refugiados en suelo sirio y alumbra el fin de ocho largos años de sangrienta guerra.

En el 2015, Putin se involucró militar y diplomáticamente en apoyar al presidente sirio Bashar al Asad. En 2019, no dudó en enviar bombarderos y cazas a Venezuela cuando Washington titubeaba sobre si intentar sacar a Maduro por la fuerza. Sus aventurerismos exteriores, sin embargo, molestan cada día más a muchos de sus ciudadanos, cansados de la corrupción y la burocracia que alimenta a una oligarquía alejada del sentir de la mayoría.

Este verano se produjeron protestas multitudinarias contra quien dirige el país con puño de hierro desde hace 19 años, ya que ideó un artificio para mantenerse en el poder sin violar la Constitución, que solo autoriza dos mandatos presidenciales consecutivos. Respaldó a su hombre de confianza, Dmitri Medvedev, para que se presentara a las presidenciales y le nombrara primer ministro. Nunca antes un jefe de Gobierno ruso tuvo tanto poder, y un jefe de Estado tan poco, como en esos cuatro años (2008-2012). Putin ganó las presidenciales del 2012 con el 64% de los votos y las de 2018 (ahora los mandatos son de seis años), con el 77%.

Aliado de Irán y Siria, el líder ruso cultiva unas estrechas relaciones con Israel y últimamente se ha acercado a Arabia Saudí, el otro gran actor de Oriente Próximo, sin cuyo beneplácito es imposible alcanzar la paz en esa maltratada región. Además, Moscú, ahogado por las sanciones económicas, ha abierto sus puertas a los inversores del golfo Pérsico deseosos de diversificar su economía.

Con un PIB de 1,4 billones de euros en 2018, el 11º del mundo (un puesto por delante de España), Rusia se ha colado en el juego de las dos superpotencias, EEUU y China, con el empeño de alumbrar un mundo multipolar en el que las reglas no las marque Washington en solitario, sino que intervengan un puñado de actores. Además de esos tres, con los países de sus respectivas esferas de influencia, tendrían un papel relevante otras grandes economías, como la Unión Europea, India, Indonesia, Turquía y Brasil.

La guinda de los logros rusos

Tal vez la guinda de los logros rusos sea el estrepitoso fracaso del expresidente ucranio Petró Porosenko –cuyo objetivo era pegarse a Occidente y alejarse de Moscú-- en las elecciones de marzo. El triunfo del cómico Volodimir Zelenski no solo ha relanzado las negociaciones para acabar la guerra híbrida en la región limítrofe de Donbass, sino que las presiones de Trump a Zelenski para que investigara los negocios del hijo del exvicepresidente norteamericano y candidato demócrata Joe Biden han derrumbado la credibilidad de EEUU en Ucrania y amenazan con un ‘impeachment’ a Trump.

Europa está dividida entre quienes, como Francia, consideran que ha llegado la hora de restablecer relaciones plenas con Rusia para evitar que siga afianzándolas con China y los que, como los bálticos, solo ven en su vecino un peligroso enemigo. En junio, en una visión más pragmática e impulsada por los desaires de Trump, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa devolvió a Moscú los derechos de voto que le suspendió tras la anexión de Crimea, lo que se tradujo en la retirada de los parlamentarios rusos, que han vuelto a ocupar sus escaños.