Una 'okupación'
La casa de la esperanza
El edificio okupado de la calle Sardenya, la antigua Casa de Cádiz, da cobijo a entre 20 y 25 personas sin techo
Juan Soto Ivars
Escritor y periodista
Juan Soto Ivars
Hace un año, un pequeño grupo de 'clochards' decidió establecerse en la Casa de Cádiz de la calle Sardenya de Barcelona. En mitad de la noche, forzaron la puerta de este local, propiedad del ayuntamiento gaditano, que llevaba abandonado una década. En la puerta anexa estaba la casa de Enric Pons, octogenario, friolero y solitario, que había sido dibujante de Bruguera y ahora malvivía sin estufa y sin poder costearse la electricidad. Los nuevos inquilinos anunciaron en las redes sociales que su propósito era dar techo, comida e higiene a personas sin hogar. ¿El barrio lleno de mendigos?, se preguntó Enric. ¿Es la última plaga? Pero pese a la inicial desconfianza, bastaron unos pocos días para que corriera la voz de que esos chicos eran buena gente. Enric los conoció enseguida. El barrio empezó a acercarse con curiosidad.
Lo que descubrió la buena gente del Eixample es que estos okupas no se ajustaban al estereotipo de los medios de comunicación. Allí no había fiestas, ni suciedad, ni ruidos, ni abusos. Lejos de convertir el sitio en un nido de ratas, sus ocupantes las expulsaron. Adecentaron el lugar, limpiaron hasta detrás de las bombillas y convirtieron el abandono en un pulcro refugio con más de veinte camas. Vivo cerca y los conocí por aquel entonces atraído por la historia de Enric, difundida en Twitter por los okupas. Gracias a sus nuevos vecinos, el viejo pasó sus últimos días de vida con dignidad y en compañía. Los habitantes de la Casa de Cádiz le instalaron una estufa e hicieron una colecta de dinero para pagarle la electricidad. El líder, Lagarder Danciu, se iba a merendar con Enric cada tarde.
Enric Pons murió en febrero en el hospital, acompañado en todo momento por su nuevo amigo. Desde entonces, la Casa de Cádiz se ha convertido por derecho propio en uno de los proyectos humanitarios más importantes de la ciudad de Barcelona. Da cobijo constante a entre 20 y 25 personas sin ayudas públicas de ningún tipo. En 12 meses, más de cien personas se han alojado allí, de las que 34 han conseguido trabajo y casa gracias a la tranquilidad de saberse durmiendo bajo techo. Todo esto tira para adelante con entre 200 y 300 euros al mes, más las entregas ocasionales de alimentos y productos de limpieza de algunos vecinos. Pocas veces se ha hecho tanto con tan poco.
La filosofía de Danciu y el resto de habitantes de la Casa de Cádiz es sencilla: si te quedas sin trabajo y sin casa y no tienes familia que te sostenga, es casi imposible que te recuperes. Sin techo sobre la cabeza no se puede pensar. Por eso, los que tropiezan van directos a la depresión, y las marcas de la calle hacen imposible lucirse en una entrevista de trabajo. Lo que ofrecen en la Casa de Cádiz es un sostén, una prórroga. El lugar está siempre inmaculado y ordenado, todos aportan. Durante el día salen a buscarse la vida y por la noche descansan. No es un hotel, sino una plataforma desde la que despegar.
El frío de los últimos días está provocando situaciones gravísimas entre las 1.200 personas sin hogar que sobreviven en las calles de Barcelona. Los refugios oficiales no dan a basto y los servicios sociales tampoco. Sin la Casa de Cádiz, la situación sería todavía peor. Mientras sus ocupantes tratan de negociar con el ayuntamiento de Kichi una cesión temporal que estabilice la ocupación, invitan a todos los barceloneses a acercarse a conocerlos. Yo también lo recomiendo desde aquí. Barcelona sería una ciudad peor sin la Casa de Cádiz.
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