Análisis

Un juicio de combustión rápida

Quim Torra ya es, oficialmente, el campeón de la desobediencia simbólica e intrascendente políticamente

Quim Torra en el banquillo del TSJC

Quim Torra en el banquillo del TSJC / periodico

Josep Martí Blanch

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De no ser por la gravedad del asunto que supone juzgar a un presidente de la Generalitat uno tendría la tentación de escribir que el juicio de ayer satisfacía en buena medida a casi todo el soberanismo. Al afectado porque está más cerca del martirio político y de anotarse un párrafo acorde a sus expectativas en la Wikipedia de pasado mañana. A ERC porque no deberá convertirse en el Brutus de la legislatura, ya que será la mano de la justicia la que acabará con ella. Y a JxCat porque gana un tiempo para decidir con qué ideas y con qué proyecto acude a los próximos comicios autonómicos mientras espera que se resuelva la incógnita sobre la inmunidad de Carles Puigdemont, ahora que el abogado general del Parlamento Europeo ha abierto la puerta de la esperanza.

No es un ejercicio de cinismo gratuito lo anterior. Es una parte importante de la foto real, al menos en lo que atañe a ERC y JxCat, de cómo se vivió ayer el juicio al 'president' Quim Torra entre estos actores por debajo de la mesa. En lo formal, el 'president', con razón  o sin ella, convirtió su defensa en una explícita autoinculpación, empequeñeciendo voluntariamente las posibilidades de que la sentencia pueda no ser condenatoria.

Este juicio, a diferencia de los anteriores del 'procés', es leña de combustión rápida para la chimenea de la política catalana y va a dejar muy poca brasa. Que el Govern y la mayoría de los diputados que dan apoyo a Quim Torra llegaran en su día a la conclusión que poner en riesgo la presidencia de la Generalitat por el asunto de las pancartas era un sinsentido político afianza esta lectura. Porque lo cierto es que, insistimos que con más o menos razones en la cuestión de fondo sobre la libertad de expresión, Quim Torra decidió colgarse con su propia corbata a cambio de muy poco, por no decir nada.

Hasta nueva orden, y por muy democrático que parezca lo contrario, no son los presidentes del Ejecutivo los que deciden si una cuestión es legal o no. Y es necesario que esto siga siendo así. Otra cosa, tampoco nos cansaremos de decirlo, es que la justicia española y algunas instituciones, como es el caso de la Junta Electoral, arrastren merecidamente una crisis de legitimidad de la que tardarán en reponerse, si es que algún día lo hacen. Pero hay maneras más eficaces de enfrentarse a la arbitrariedad. Se las llama habilidad política.

Hasta la CUP, tan supuestamente coherente e inquebrantable en sus proclamas, decidió esta vez que lo de las pancartas era un tema con el que no valía la pena embarrancarse. En Berga, su alcaldesa, la cupaire Montse Venturós, inhabilitada en el pasado por este motivo, no dudó en retirar en esta ocasión la simbología solidaria del ayuntamiento con el argumento de que “valía la pena evitar la repetición del desgaste de un nuevo proceso de inhabilitación de la alcaldesa por un asunto que, al fin y al cabo, es simbólico”.

Quim Torra ya es, oficialmente, el campeón de la desobediencia simbólica e intrascendente políticamente. El día anterior hizo broma con el hecho de haber comido un plato de judías blancas para explicar a quienes le escuchaban que no podía garantizar, supuestamente por las flatulencias que provocan estas legumbres, si durante su declaración la cosa iría de una manera o de otra. Pues bien, en términos políticos el juicio fue exactamente lo que el propio President vaticinó. En catalán existe la frase para reseñarlo: 'pet de frare, tot és aire'.