Opinión | EDITORIAL

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Investidura, un reto para el independentismo

La responsabilidad y la altura de miras, aunque puedan tener costes, son siempre el camino a seguir

Gabriel Rufian, durante la noche electoral del 10-N en la estación del Nord de Barcelona

Gabriel Rufian, durante la noche electoral del 10-N en la estación del Nord de Barcelona / periodico

El nuevo escenario abierto en la política española tras el acuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos (UP) para formar un Gobierno de coalición de izquierdas supone un reto para los partidos independentistas en el Congreso: Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), Junts per Catalunya (JxCat) y la CUP. Visto que Ciudadanos sigue enfrascado en un no frontal a Pedro Sánchez pese al durísimo correctivo de las urnas, la posibilidad de que este sea investido pasa por el apoyo independentista. En un escenario muy complejo después de la sentencia del Tribunal Supremo (TS) a los líderes del ‘procés’, la opción que se antoja menos difícil es la de la abstención de ERC.

Esquerra estaba dispuesta a facilitar la formación del Gobierno en verano sin pedir ninguna concesión a cambio. Su portavoz, Gabriel Rufián, incluso afeó a Sánchez y Pablo Iglesias su incapacidad para ponerse de acuerdo. Pero como el propio Rufián dijo entonces, otoño es otro escenario. Y en el momento actual, ERC siente la presión de la entrada de la CUP en el Congreso («ingobernables», como su eslogan de campaña indica, significa que no cabe esperar nada constructivo de sus diputados), de los resultados del 10-N en los que los republicanos, pese a ganar, perdieron votos y escaños, y de la pugna con JxCat por la hegemonía independentista. Si a ello se le añade que más pronto que tarde habrá elecciones autonómicas en Catalunya y las acciones de boicot y agitación callejera de Tsunami Democràtic y los CDR, con el apoyo implícito y en ocasiones explícito del ‘president’ de la Generalitat, Quim Torra, el resultado es que el camino hacia la abstención es un sendero muy estrecho para ERC.

Fractura interna

El eje roto ideológico de la política catalana hace que ERC se haya convertido en el partido moderado del mundo independentista. El bloque secesionista está fracturado en una corriente más moderada y otra más radical que no se corresponde exactamente con líneas partidistas y que incluye a actores (Òmnium, ACN, los CDR, Tsunami Democràtic…) fuera de los partidos. Hace tiempo que esta amalgama causa una espiral de pureza que ha mutado en un 'cuanto peor, mejor'. Desmarcarse, ser señalado como un tibio, tiene costes personales y políticos. Hay muchos ejemplos, desde Carles Puigdemont hasta Joan Tardà.

En ese contexto, con la investidura de Sánchez el independentismo se juega si vencen los moderados o los exaltados. Porque el ruido no debería confundir: no puede haber mejor Gobierno para intentar encauzar de nuevo la crisis catalana en vías políticas que uno formado por el PSOE y UP. Y tampoco conviene llevarse a engaño: la alternativa a este Gobierno progresista sería una derecha en la que tienen mucho peso los ultras de Vox. Esta es la decisión que afronta el independentismo en el Congreso.

Es comprensible y legítimo que el independentismo pida algo al PSOE y a UP a cambio de la investidura y que busque protegerse de los radicales en su propio bando. Para eso están las negociaciones. Conviene tener presente que la responsabilidad y la altura de miras, aunque puedan tener costes, son siempre el camino a seguir.