MIRADOR

El dinosaurio

Abrazo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias

Abrazo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias / periodico

Josep Maria Pou

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"Cuando despertó, el dinosaurio ya no estaba allí". Quienes conocen el mínimo cuento de Augusto Monterroso se habrán dado cuenta enseguida de lo que, pareciendo un error, no es sino una variante por mi cuenta y riesgo. Es cierto que, en su original, el escritor afirma que "el dinosaurio todavía estaba allí", pero a mi,  contemplando lo ocurrido en este país a lo largo de la semana, me gusta creer que no, que la amenaza del bicharraco, si no desaparecida del todo, sí que está, cuando menos, un tanto difuminada. 

Y cuando el martes al mediodÍa, asomé de nuevo la cabeza, el abrazo que ví de Pedro y Pablo me llevó al convencimiento de que el bicharraco ya no estaba

El pasado domingo por la noche, conocidos los resultados electorales, me acosté con la mente repleta de temores: si bien los partidos progresistas reafirmaban su presencia y podía atisbarse de nuevo el acuerdo que no fue, la extrema derecha se hacía con cuotas de poder inimaginables hasta ahora y se plantaba -¡pataplof!- en mitad del hemiciclo con peso, volumen y voracidad suficiente como para, sumándose a posibles alianzas, ensanchar su perímetro y pintar negros presagios sobre el paisaje verde esperanza. 

El lunes fue un día de resaca poselectoral. Mareado de porcentajes y predicciones alarmistas quise desconectar del ruido ambiente y me encerré -"a mis soledades voy, de mis soledades vengo"- en el cuarto de trabajo. Y cuando, el martes al mediodÍa, asomé de nuevo la cabeza, el abrazo que ví de Pedro y Pablo me llevó al convencimiento de que el dinosaurio ya no estaba. Entendámonos, estar estaba. Pero digamos que menos aparatoso y con posibilidad de tenerle a dieta controlada. 

Puede que esté pecando de ingenuo. O de imbécil. Pero me aferro a la idea de que frente al "cuanto peor, mejor" de algunos, merece la pena empeñarse en lo posible. Dejar de mirarse el ombligo. Levantar la vista,  adelantar la mano hasta el límite del músculo (doler duele, nadie dice lo contrario) y tirar del otro hasta el abrazo. Y luego ceñir, estrechar, apretar fuerte. Y siendo dos, y tres, y más, conseguir que el abrazo sea una muralla estable, apiñada, tupida. Sin hueco alguno para el dinosaurio.