ANÁLISIS
Jorge Lorenzo, el niño que sobrevivió a todos
Emilio Pérez de Rozas
Periodista
Licenciado en Ciencias de la Información por la UAB. Hijo de Carlos Pérez de Rozas, sobrino de Kike y Manolo Pérez de Rozas, integrantes de una auténtica saga de fotoperiodistas. Trabajó en Diario de Barcelona, fundador de El Periódico de Catalunya en 1978 también formó parte de la redacción en Catalunya del diario El País. Colaborador del diario deportivo Sport y vinculado al departamento de Deportes de la cadena COPE, que dirige Paco González. Emilio suele completar muchas de sus informaciones con sus propias fotos, en recuerdo a lo aprendido junto a su padre y tíos.
Emilio Pérez de Rozas
Señoras y señores, entendidos y aficionados, gurús y buena gente, locos de las motos y gente que odia la velocidad. Que lo sepan, hoy acaba de saberse que uno de los más grandes, pero mucho, mucho, muy grande, casi tanto como los cinco que le preceden (Giacomo Agostini, Valentino Rossi, Ángel Nieto, Marc Márquez y Mike Hailwood), sí, sí, casi como ellos, ha anunciado que lo deja, que se va, que se retira, que huye a la playa, a tomar el sol y nos quedaremos sin su fino pilotaje, sin sus eslaloms sobre el asfalto, sin sus adelantamientos ‘por fuera’.
Que lo sepan, hoy ha anunciado Jorge Lorenzo, a los 32 años, con cinco títulos mundiales, que no puede más, que se va, que se ha cansado de hacerse daño y, sobre todo, que no quiere seguir donde no puede ganar. Esto, aunque muchos crean que no es así (lo importante es participar está sobrevalorado), consiste en ganar. O en intentarlo. O en estar cerca. Perder, solo se pierde en la última curva, sobre la misma línea de meta. Y, aún siendo así, a la heroica, no hay quien cure el dolor de no ganar. Estos chicos, hechos del material con el que se hacen los sueños, solo quieren ganar. Y si ni el cuerpo ni la mente, ni mucho menos la moto (como es el caso de Lorenzo) les acompaña, se van a la playa. Y hacen bien.
El joven que derrotó a Rossi
Se va uno de los grandes monstruos de las carreras. El muchacho que se atrevió a enfrentarse a Valentino Rossi con su misma Yamaha. Y le derrotó. Por eso, tal vez, y porque se cree aún dios, Rossi no acudió a la despedida del hombre que empezó a convertirlo en humano. Lorenzo, que, en el 2015, también derrotó y le arrebató el título al enorme, al inmenso, al tremendo, al pura sangra Marc Márquez, se va tras la peor temporada de su vida, pero dejando un reguero de maestría y, sobre todo, de fino estilo único, inigualable.
Se va el hijo de Tarzán, el superviviente más grande que ha existido nunca en el deporte. El niño, el joven, el muchacho, el adulto que peor rodeado ha estado de cuantos han alcanzado la cima del deporte mundial. Si Lorenzo hubiese tenido mejores compañeros, incluso desde su infancia, tal vez, a los 32 años, aún estaría dando guerra. Lorenzo ha sobrevivido a todos y superado lo que nadie, nadie, hubiese superado, desde managers que le robaron hasta ayudantes que le hicieron la vida imposible. Cierto, no supo rodearse de buena gente y se va sin el clamor popular que debía haber recibido por tratarse de uno de los inmensos.
Inicios tortuosos
El italiano Giampiero Sacchi, el hombre que le dio la oportunidad con una Derbi, allá en el 2002 y 2003, lloraba ayer amargamente la despedida de su niño adorado. Estaba en Italia, lejos del ruido del ‘paddock’, pero sintió como un puñal le atravesaba el corazón y por poco lo mata. “Es una pena porque Jorge ha sido uno de los grandes pilotos de la historia del motociclismo y me temo que, dado su carácter y personalidad, haya ahora gente que le intente arrebatar la gloria que se merece”.
Fue Sacchi, y ningún otro, el primero que le enseñó modales a Jorge Lorenzo. Fue Sacchi el primero que, en una de aquellas mañanas del 2002, cogió a Lorenzo por la pechera y, recién cumplidos los 15 años (Lorenzo fue el primer piloto de la historia al que se le permitió correr el Mundial con 15 años), le dijo: “Que lo sepas, si cuando entras en el boxe no le das los buenos días a los mecánicos, no te darán la moto. Has de ser educado. Primero se dan los buenos días y, luego, sale uno a correr”.
Ese Lorenzo, que ha aprendido a sobrevivir a base de dolor y heridas, muchas heridas, mayores que las fracturas y remiendos de placas y tornillos que tiene su cuerpo, ha anunciado hoy que lo deja, mientras una docena de niños de 12 y 13 años corrían la copa de la Cuna de Campeones en Cheste. Y todo el mundo debería saber que, el próximo domingo, vamos a asistir a la última carrera, la 297 de uno de los más grandes pilotos de todos los tiempos. Y eso, como poco, merece un reconocimiento, aunque su protagonista viva enfadado con el mundo o se crea que ha inventado la penicilina.
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