Dos miradas

Celebrar la vida

La apuntadora, de quien nunca oímos la voz nítida sino solo un discreto oreo entre las cañas, se atreve a hablar en público

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Josep Maria Fonalleras

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Hace más de 40 años que Cristina Vidal trabaja de apuntadora en el Teatro Nacional Dona Maria II, de Lisboa. Un día, Tiago Rodrigues, el director, pensó que podía salir de la oscuridad ("yo soy de las sombras", dice ella misma) para intervenir en un montaje sobre su figura, un homenaje a quien susurra, a quien salva con las palabras que ya están escritas, porque todo está escrito, pero siempre hay alguien que las dice al oído. En 'Sopro' (soplo), las cosas se acaban, pero resulta que debemos seguir vivos, tenemos que celebrar la vida en una lucha incesable contra la muerte, contra el olvido.

Una actriz confiesa a la apuntadora (que deambula con el susurro al tiempo que organiza el mundo) que está enferma. Y que no pudo decir en el escenario los versos finales de 'Bérenice' porque era como hablar de su propio final. Y la apuntadora, de quien nunca oímos la voz nítida sino solo un discreto oreo entre las cañas, se atreve a hablar en público. En la última escena, recita aquellos alejandrinos no dichos de Racine, como si fueran a la vez una despedida y una necesidad de decir las cosas antes de morir. Un bálsamo y un testamento. La palabra que vivifica.