Un sello emblemático

Réquiem por Círculo de Lectores

Espero que el cierre del club que durante décadas llevó libros a los hogares de España sirva de lección: si no compramos en las librerías de toda la vida, terminará por pasarles lo mismo

María Titos

María Titos / periodico

Care Santos

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Un recuerdo de infancia: de vez en cuando mi madre me entregaba una revista en cuyas páginas los libros brillaban como estrellas del espectáculo y me animaba a elegir uno o dos. Cuando aún era muy pequeña me señalaba también las páginas donde podría encontrar títulos de mi agrado. En mi adolescencia temprana escapar de aquellas páginas para buscar en las demás fue un primer modo de superar los límites de la niñez.

La revista de la que hablo llegaba cada cierto tiempo con una extraña puntualidad y en mi casa era muy celebrada. La traía una señora muy simpática que se entretenía en comentar novedades, opinar con cierto criterio y hasta recomendar títulos que sospechaba del agrado de los lectores que habitaban aquella morada. Pasados unos días regresaba a llevarse una tarjetita donde nosotros habíamos anotado cuidadosamente los títulos elegidos y aún volvía una vez más unos días más tarde a entregar el pedido. Qué felicidad. Era una pila de seis o siete volúmenes sujetos con una goma elástica, que recibíamos con júbilo de mañana de Reyes y que solía incluir un ensayo histórico, un par de novelas, a veces un manual de jardinería y mis elecciones. Algunas quedaron muy grabadas en mi memoria. 'La historia interminable', de Michael Ende; 'El hobbit', de Tolkien; 'Cementerio de animales', de Stephen King. Mi adolescencia podría leerse en aquellos libros que llegaban a mí por sí mismos y que nunca se fueron.

Con el tiempo me volví adicta a las estupendas colecciones que ocupaban una doble página. La de cuentistas donde leí por vez primera a Clarice Lispector Truman Capote. La de autores rusos donde conocí a 'Los hermanos Karamazov'. La maravillosa obra completa de Valle-Inclán en 26 volúmenes que sembró en mí una admiración vitalicia hacia el autor del 'Tirano Banderas'. Todos ellos encuadernados en tela, con preciosas sobrecubiertas. Y podría seguir hasta llenar esta página, porque me rodean centenares de títulos queridos: el resultado de toda una vida de ser socia de un club que durante más de cinco décadas llevó libros a los hogares de toda España, lo cual significa que acercó la lectura -en tiempos en que todo quedaba mucho más lejos- a personas que de otro modo no habrían leído, o no con esa constancia o no con esa calidad.

Porque Círculo de Lectores ha sido, creo yo, un baluarte de calidad durante gran parte de su historia. Tenía que atender, y lo hacía, a la literatura de mayor tirón comercial, pero en su revista también era posible encontrar poesía, ensayo o filosofía y, del mismo modo, libros de cocina o de bricolaje. En ese sentido hojear la revista de Círculo era como dar un paseo exprés por una librería inmensa acompañada de alguien solvente que se encargaba de señalar algunos títulos en cada sección. Un auténtico lujo, la verdad, que tengo la seguridad de que hizo por los hábitos lectores de este país mucho más que muchos políticos.

Hoy todos dicen que se veía venir. Mi ya exagente, una amiga también exsocia, los titulares que anuncian el final y que hablan de tiempos que han cambiado, de pérdidas millonarias, de un modelo obsoleto. Tal vez tengan razón, pero no por ello este réquiem va a ser menos triste. Espero que los hábitos lectores que han cambiado en estos años y que se apuntan como los responsables del cierre de Círculo no tengan que ver con la piratería. Es decir, con el robo -llamémosle por su nombre- de contenidos sujetos a derechos de autor. Espero que tenga más que ver con Amazon, o con el auge de lo digital o con el declive de las revistas en papel y de las visitas a domicilio de los vendedores de libros, o de cualquier otra cosa. Y espero también que sirva de lección: si no compramos en las librerías de toda la vida, terminará por pasarles lo mismo que a Círculo. Tal vez no todo es culpa del cambio de los tiempos. De ciertas cosas tiene la culpa nuestra irresponsabilidad.

Y para el final me he guardado el recuerdo de una vecina que tuve hace tiempo. 88 años. Soltera. Gran lectora. Apenas se atrevía a salir a la calle. Compraba tres libros por revista, que luego comentaba con su agente, un señor muy simpático, de nombre Arturo, jubilado a tiempo parcial, a quien invitaba a tomar café a cada visita. Arturo nunca se iba de aquella casa con las manos vacías. O se llevaba un pedido suculento o una fuente de rosquillas, según se diera el caso. Me pregunto cuántos habrá aún como ellos y que harán ahora. Porque, que yo sepa, los repartidores de Amazon no se quedan a tomar café.