Debacle de Ciudadanos

La hecatombe de Rivera

Al líder de Cs le cegó la posibilidad de adelantar al PP y ser el nuevo referente de la derecha. Rivera pensó tanto en él que ahora ya pocos piensan en Rivera

Albert Rivera vota en Madrid

Albert Rivera vota en Madrid / periodico

Cristina Pardo

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Albert Rivera ha cometido uno de los mayores errores políticos de nuestra historia reciente. En la anterior legislatura fallida, dilapidó la imagen que había comprado toda esa gente que le votó, que fue mucha. El líder de Ciudadanos decía ser el hombre que no quería rojos ni azules, era el que reivindicaba la concordia, el espíritu de la transición, el desbloqueo, aquel que era capaz de pactar a derecha y a izquierda. Vaya, que pasó de pactar con todo el mundo a no querer ni sentarse con Sánchez, como si el presidente del Gobierno fuera Quim Torra. Rivera se había trabajado lo de intentar instalar en el imaginario colectivo que era tan español, que pensaba en el país en lugar de en su ambición personal. Pero resultó que no. Le cegó la posibilidad de adelantar al PP y ser el nuevo referente de la derecha. Rivera pensó tanto en él que ahora ya pocos piensan en Rivera.

Todo ha sido un desastre, desde su estrategia política, tremendamente errática, hasta su campaña, plagada de vídeos domésticos, animalitos que olían a leche (como su resultado electoral), adoquines, felicitaciones de embarazo y fotos infantiles para ablandar a un votante que está ya hasta el gorro. Su dimisión es inevitable, aunque creo que lo que intenta es que el partido le aclame en el Congreso que ha convocado. En sus manos está que la sucesión sea ordenada y limpia, que su último servicio sea evitar la desaparición del partido naranja. De lo que queda, porque muchas de sus caras visibles llegan al 11-N compuestas y sin escaños. Y es que otra de las cosas que no midió bien Rivera es la fortaleza del PP. En estas últimas elecciones, Pablo Casado solo podía mejorar. Su resultado, siendo segundo y con pocas posibilidades de llegar a la Moncloa si seguimos la lógica matemática, que no la política, sirve para evidenciar que tener una estructura territorial fuerte se nota en momentos como estos, aunque no se hayan cumplido ni de lejos sus expectativas. Casado podría encontrarse ahora en una encrucijada muy parecida a la de Rivera. Si no queremos otras elecciones, el PP quizá deba facilitar el Gobierno del PSOE. En Génova, tendrían que elegir entre una gran coalición con mayor o menor compromiso para dar estabilidad a España o intentar mantener el liderazgo de la oposición frente al ascenso brusco, muy brusco, de Vox. Al calor de la noche electoral, en el PP ya especulaban con la posibilidad de pedir la cabeza de Sánchez a cambio de facilitar el Gobierno del PSOE.

El voto a Santiago Abascal responde seguro a una mezcla de factores. En mi opinión, la inestabilidad en Catalunya y el cabreo, el hartazgo frente a los viejos partidos. Además, hay que tener en cuenta que en esta legislatura fallida, Vox no se desgastó, no defraudó a sus votantes porque no le dio tiempo a hacer nada. El resto, en cambio, se equivocó de una manera u otra. Todo llegará. En primera línea se envejece mal, nadie sobrelleva con buena salud el paso del tiempo. Estas elecciones han sido cualquier cosa menos una fiesta. Es, como mucho, un gran desastre con una resaca de dimensiones bíblicas.