análisis

No me atrevo a decirlo

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Antonio Bigatà

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No me atrevo ni a pensarlo aunque cuando nadie mira mi cerebro eso me da vueltas por la cabeza y de hecho mis neuronas se dan por enteradas. Pero lo que no puedo hacer es decírselo a nadie. No tengo el coraje necesario para contarlo de modo que hoy no lo confesaré. Ni media palabra. Pero reconozco que si rompiese mi silencio ustedes entenderían la verdad sencilla de lo que le pasa al Barça de este año. Porque no es que el Barça esté más malo que otras temporadas; lo único que sucede es lo que no les contaré; cuando no pasaba, al final se arreglaban los partidos en un plis plas, disimulándolo todo. 

Sí, Piqué y Busquets han dejado de ser pluscuamperfectos y tendrán que ir de vez en cuando al banquillo por ese eufemismo que llamamos “razones técnicas”, la vida es así. Pero si no coincidiese con lo otro, su declive personal tendría menos importancia y casi podríamos hacer ver que no nos damos cuenta. Sería como cuando perdimos a Xavi e Iniesta, pero no empezó lo que ahora no quiero decir.

Somos unos resultadistas románticos y si continuásemos ganando casi siempre dejaríamos que tanto Piqué como Busquets saltasen al campo con muletas, pero como empatamos bastante y a veces perdemos acabamos fijándonos en lo que les pasa. Ter Stegen es maravilloso, pero como pasa aquella otra cosa el mejor portero del mundo no nos es suficiente. Nuestra enfermedad mental colectiva hace ver que Griezmann a efectos prácticos nos es casi tan poco eficaz como Coutinho (confío en que el francés me perdonará que lo diga porque me cae bien su aspecto cuidadosamente desmejoradillo de rebelde sin causa, y le considero muy buen jugador). Pero le han engañado. Él nos timó el verano pasado pero este, cuando vino, nadie le dijo que iba a empezar lo que yo no me atrevo a decir. Por eso anda perdido buscando tanto el gol como la magia que pensaba compartir. 

Neymar es otra víctima, aunque sea por pasiva y de manera enrevesada. Si llega a saber el liderazgo que le esperaba este año aquí sin la sombra absoluta de algún Mbappé imberbe habría venido poniendo él mismo el dinero que pedía el jeque. Pienso que Neymar debe ser bastante mala persona y le encantaría viciosamente la situación, que el mundo catase finalmente en 2020 su posible superioridad por la mínima sobre el que yo no diré nada, ni siquiera el nombre. En cambio De Jong debe estar en aquello del “Si lo sé no vengo”. ¡Qué bien juega el condenado! ¡Qué fresco sube, qué atento y  generoso baja! Él puede arreglar muchas cosas pero no la principal porque tiene un techo: es simplemente humano. Ha llegado un año tarde. ¡Lo que habría llegado a hacer si no hubiese coincidido con lo que ahora no cito!

Ernesto Valverde pone cara de que él no tiene la culpa, de que no inventó lo del paso inexorable del tiempo y los envejecimientos. Tiene razón. Pero es probable que cada noche recogido en su cama lamente un poco decaído que le haya tocado el lío que no les cayó a Rijkaard, Pep Guardiola, Tito Vilanova, el argentino que ya no recordamos siquiera que se llamaba Tata Martino y Luis Enrique.

Y apriete los dientes al constatar que esta merma natural de fuerza, velocidad y eficacia le llega al que yo no cito cuando está más de moda que nunca correr sin parar los 90 minutos como hicieron el Levante y el Slavia, y él ha heredado una plantilla técnicamente perfecta pero que considera derecho laboral adquirido –para conquistarlo otros hicieron para ella la revolución francesa y la vaga de la Canadenca, entre otras cosas— la abolición de dar las vueltas al campo en los entrenamientos.

Respecto al protagonista de lo que yo no quiero pensar ni decir explicaré que Valverde, buen nano, cree que aún empezando lo que ha empezado él continua siendo el mejor futbolista del mundo aunque ya no pueda hacer dos milagros por semana.