Las reacciones contra la sentencia del 'procés'

Pacifismo intimidatorio

Las protestas no son equiparables a la virtud moral que animaba las demandas políticas durante el franquismo. Este es un pacifismo intimidatorio con los derechos y libertades del resto de ciudadanos

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Antón Costas

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En mi etapa de estudiante universitario, y aun después, salí a la calle a manifestarme y, en ocasiones, a cortar calles y a enfrentarme con la Policía (los 'grises') en demanda de libertades políticas. ¿No tendría ahora que ser solidario con las personas que en Catalunya salen a manifestarse, cortan carreteras, bloquean estaciones de ferrocarril y aeropuertos o se enfrentan a la policía? Pienso que no. Creo que tengo motivos para no apoyar las formas de protesta que estamos viendo. Pero no por las razones que habitualmente se utilizan. Mi desacuerdo tiene que ver con el argumento del pacifismo. Permítanme explicarme.

En los años 60 y 70 muchos trabajadores, estudiantes y ciudadanos salíamos a las calles contra el régimen totalitario y represivo del general Franco. Exigíamos libertades políticas y sindicales, amnistía para los presos políticos y autonomía para las nacionalidades históricas.

Nos manifestábamos con miedo, pero movidos por el sentimiento de superioridad moral de nuestras reivindicaciones sobre las leyes franquistas. Pero esa virtud moral no era gratuita, tenía un coste. No el de recibir algunos golpes, sino el coste de ser detenidos y encarcelados, de perder el trabajo, ya fuese en la Administración pública o en la empresa, de ser expulsados de la universidad, de no poder obtener el certificado de penales necesario para tener pasaporte o desarrollar según qué actividades profesionales o administrativas.

Hoy, cientos de miles de personas salen a la calle en Catalunya a manifestarse de forma pacífica para reivindicar el derecho a decidir y contra la sentencia que ha condenado a los dirigentes independentistas. Otros, de forma no tan pacífica, ocupan calles, autopistas, vías ferroviarias, aeropuertos y estaciones de ferrocarril, impidiendo al resto de los ciudadanos el derecho a la movilidad y al trabajo. Algunos estudiantes cierran universidades e institutos, obstaculizando el derecho a estudiar de sus compañeros. Otros jóvenes incendian las calles de Barcelona, en un ejercicio de nihilismo destructivo y narcisista.   

Ritual iniciático

En algunos artículos y tertulias se ha descalificado estas protestas con el argumento de que son “revueltas de ricos”. La verdad, da la impresión de que algunas madres y padres de hogares acomodados viven la participación de sus hijos en los enfrentamientos violentos con la Policía como un ritual iniciático a la vida política.

Pero esta denuncia no me parece convincente. Veo en muchos jóvenes un profundo sentimiento de injusticia social vinculado con el hecho de que el actual sistema político y económico no les ofrece oportunidades de mejora y vida digna. El que estas protestas se produzcan también en otras naciones ricas, como Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Hong Kong o Chile nos está diciendo que en las sociedades capitalistas tenemos un problema social que no podemos despachar con descalificaciones apresuradas. Pero este es un tema diferente del que aquí me interesa.

Mi desacuerdo es de otra naturaleza. No veo en el pacificismo que proclaman muchos manifestantes y dirigentes sociales y políticos la virtud moral que ellos defienden. Para ser válida, la virtud moral tiene que ser costosa. De lo contrario, se puede falsear fácilmente. Cortar calles, carreteras, vías de ferrocarril u ocupar estaciones o aeropuerto no tiene ahora coste personal. Puedes cerrar las facultades y no asistir a clases, pero las autoridades universitarias te van a facilitar que apruebes. Si eres empleado público y asistes a las manifestaciones no te van a descontar nada del sueldo. Es un pacifismo sin coste.

Virtud moral

Tal como se practica, no veo en este tipo de pacifismo una virtud moral. No es equiparable a la virtud moral que animaba las demandas políticas durante el franquismo. Este es un pacifismo intimidatorio con los derechos y libertades del resto de ciudadanos.  

Es, además, un pacifismo peligroso por otras dos razones. Por un lado, legitima como instrumental la violencia en las calles, como lo han hecho, entre otros, el presidente del “Govern”, Quim Torra, y la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie. Por otro lado, deslegitima a las fuerzas del orden público. Cuando coinciden este doble proceso, de legitimización de la violencia y de deslegitimación de la Policía, el horizonte de esa sociedad se vuelve tenebroso.

Es verdad que no existe en nuestras leyes el derecho a decidir y a convocar un referéndum unilateral. Pero que no exista, no significa que no se pueda hablar de él, y reivindicarlo. Pero tenemos que hacerlo de forma diferente a como lo hace este pacifismo intimidatorio.