La campaña

Una horita electoral corta

Si todas las propuestas expuestas en un debate se cumplieran, supondría un retraso de 40 años

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Javier Aroca

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Lo mejor de esta campaña es que es más corta, lo peor, que siempre estamos en campaña, afectados, otra vez, por situaciones extraordinarias. Como el partido del siglo.

Que sea corta tiene sus ventajas, así eliminamos el riesgo de un mayor daño democrático por la facundia de los candidatos, algunos ya maduros en dislates; es decir, acotamos en el tiempo la sarta de estulticias que se escuchan en una campaña protagonizada por, quizá, la hornada peor preparada políticamente de la democracia.

Se ha propuesto el fin del Estado de las autonomías, ridiculizado y reducido a una simple caricatura los artículos 148, 149 y 150.2 de la Constitución, o sea, dejar maltrecha la ya tocada Constitución territorial, fruto del consenso. Se quiere aplicar un artículo 155 continuo, destitución del presidente de la Generalitat sin procedimiento alguno, ignorando la jurisprudencia constante del TC; incluso metiéndolo en la cárcel, ya.

La situación extraordinaria lleva a proponer medidas estrafalarias sobre las televisiones públicas, reformar el Código Penal en caliente. Los candidatos, alguno de ellos con licenciaturas jurídicas, proponen que el Estado imponga aranceles a los productos estadounidenses o firmar tratados comerciales con países de habla hispana, en un afán de Día de la Raza constante y nostálgico.

traer a Carles Puigdemont, así como suena. Para arreglarlo, el autor se corrige insinuando que “interesará” a la Fiscalía General del Estado, con el asombro de nuestros socios europeos y un daño pueril a la reputación del Estado. Aún abierto el círculo de despropósitos, por no extenderme, la extrema derecha promete, con el silencio gritón de sus socios, la ilegalización del PNV, un partido que expresa con frecuencia su sentido de Estado.

Los peligros de las propuestas

Estas propuestas demuestran la indigencia política de sus autores pero sobretodo los peligros a que nos vemos expuestos si todas las propuestas abigarradas expuestas, por ejemplo, en una noche de debate, pudieran cumplirse. Los pilares de la democracia se verían seriamente comprometidos; en todo caso, supondría un retraso de 40 años.

Lo prometido no solo desborda los límites constitucionales en sí, por abajo, banaliza los Estatutos de Autonomía y, por arriba, ignora el Tratado de la Unión Europea, su competencia exclusiva arancelaria y comercial, el espacio judicial europeo...

Y los sillones; resulta que no solo sabemos quién ocupará el de presidente sino también un 'ticket' con el de vicepresidenta económica, sin que quepa deducir que sea fruto de las reuniones con la sociedad civil. En el paquete va la derogación de facto de la democracia parlamentaria en beneficio de la lista más votada.

La única respuesta posible es, sin embargo, comprometernos seriamente en votar, pensar que se trata de una pesadilla, que esto pasará. No nos queda otra que concedernos un tiempo muerto. Votar, más si cabe, a la espera que los aires frescos de Andorra sean plácidos y que el nivel político no provoque el 10-N un ventarrón. A malos tiempos, mejor males menores a males mayores o irremediables.