Al contrataque

Los cobardes

Es lamentable que los independentistas que protestaban contra los Premios Princesa de Girona trataran de impedir la entrada de los asistentes al acto. ¿Quiénes son ellos para decidir qué pueden o no pueden hacer los demás?

Quema de retratos del Rey ante el Palau de Congressos de Barcelona.

Quema de retratos del Rey ante el Palau de Congressos de Barcelona. / periodico

Cristina Pardo

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Cientos de personas intentaron rodear este lunes el Palau de Congressos de Catalunya, en protesta por la presencia de la Familia Real. Mostrar malestar en las calles de manera pacífica y civilizada por las circunstancias políticas o sociales que sean, me parece legítimo. De hecho, las protestas a veces funcionan, pero normalmente lo hacen cuando son multitudinarias, justas y tenaces, no cuando son violentas. Sin embargo, me repugna, me asquea profundamente cuando la gente se manifiesta ejerciendo su derecho con la intención, al mismo tiempo, de recortar las libertades de los demás.

Es lamentable que los independentistas que protestaban por la celebración de los Premios Princesa de Girona trataran de impedir la entrada de los asistentes al acto. El mismo derecho tienen los primeros a manifestarse que los segundos a aceptar, de manera libre y voluntaria, la invitación del rey. ¿Quiénes son ellos para decidir qué pueden o no pueden hacer los demás? ¿Qué clase de república les esperaría a los discrepantes? Una en la que no caben, está claro. Es gravísimo y es penoso ver a los exaltados pegando puñetazos y patadas a todo el que pillaban por delante. Insultar o agredir a quien no piensa como tú es un bochorno, un síntoma de cerebro con serrín. Escupir a las personas por la espalda, por el mero hecho de que defienden una ideología diferente a la tuya pero igualmente democrática, es una vergüenza.

La agresividad y la violencia son enemigas de la razón. Los escupitajos le cayeron a Josep Bou, empresario y concejal del PP en el ayuntamiento de Barcelona. Entre otras cosas, le llamaron “cobarde”. Se lo llamaron, por cierto, individuos que en su mayoría van con la cara medio tapada. En todo caso, yo no conozco a Bou, pero meterse en las filas del PP en las circunstancias actuales de Catalunya puede ser muchas cosas, nunca un síntoma de cobardía. A partir de ahí, me causa un estupor inenarrable escuchar a la portavoz de la Generalitat decir que “agresiones, como tal, no nos constan”.

Añadía Meritxell Budó que como mucho hubo “silbidos o palabras fuera de sitio”. ¿Le gustaría a ella que le hicieran lo mismo? ¿Qué sentiría si la escupieran? Si ni siquiera se atreve a condenar la violencia, es de suponer que ella pondría el grito en el cielo ante semejante falta de ética y de empatía por parte de sus rivales políticos. De hecho, bastó que a Puigdemont le llamaran traidor en su día para arrugarse y renunciar a convocar elecciones. La historia tendrá que juzgar muy duramente a todos los que, cuando tuvieron que elegir, sí fueron verdaderamente cobardes.