Dos miradas

PPdG (antes)

Cuando se premian iniciativas para mejorar el planeta todo es de color de rosa, porque la bondad azucarada no admite margen para la crítica

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Josep Maria Fonalleras

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Los premios Príncipe de Girona (PPDG), cuando había un príncipe y no una princesa, se crearon por dos motivos coincidentes. Porque estaban los de Asturias, otra de las atribuciones aristocráticas del heredero, con un prestigio creciente (unos Nobel hispánicos, pero con menos glamur), y no podía ser que el Principado de Girona, con todas las connotaciones políticas que vienen al caso, se quedara sin una parte del pastel simbólico.

El otro motivo era pedir perdón y procurar que la monarquía tuviera un determinado peso en Catalunya, sobre todo si se basaba no en un prestigio de altos vuelos humanísticos o científicos, sino en un factor más sugestivo: la juventud. Y la emprendeduría y la implicación altruista y la lucha por el medio ambiente y la superación individual. Muy adecuado, todo ello, para ofrecer una imagen de modernidad, más allá de cualquier debate ideológico, a partir de una combinación espléndida para entronizar los conceptos políticamente correctos (y asumidos asépticamente por todos) a la categoría de desiderátum universal. Cuando se premian iniciativas para mejorar el planeta todo es de color de rosa, porque la bondad azucarada no admite margen para la crítica.